Foto: Reuters Hasta el momento se juega un partido muy competido  

Rescatado por un gol de Diego Costa en el minuto 78, resolutivo en la prórroga con dos tantos y oportuno en cada error defensivo del Real Madrid, el Atlético de Madrid conquistó su tercera Supercopa de Europa (2-4), mejor en los detalles que un rival vulnerable, que tuvo el título en su mano.

Desde que marcó el 2-1 de penalti Sergio Ramos a media hora del minuto 90 y desde que se apropió del encuentro sin aparente respuesta del equipo rojiblanco, tan convencido quizá de su victoria que Marcelo se permitió un lujo innecesario, del que renació el Atlético agarrado a Diego Costa, a un gol directo al tiempo extra.

Su partido fue sensacional, por sus tantos, por su entrega, por su despliegue, porque sin él, probablemente, el éxito habría sido imposible, como sin el golazo de volea de Saúl Ñíguez en la primera parte de la prórroga, que desequilibró ya invariablemente un encuentro que sentenció instantes después Koke Resurrección, con la frustración del Real Madrid, derrotado en una final 18 años después.

Ni siquiera el verano ni una pretemporada tan condicionada aligeran ni la dimensión ni la emoción ni las vibraciones ni la pasión ni la tensión del derbi más grande de Europa, menos aún en estos tiempos. Son dos equipos para luchar por todo, para disputar cada título, para reinar en Europa… Y no admiten ninguna excusa.

No las hay desde su ambición ni la configuración de sus plantillas ni tampoco las proponen desde el terreno de juego. Había futbolistas casi recién aterrizados de sus vacaciones, pero compitieron con todo en el estadio Lillekula, un campo minúsculo, con apenas 12.500 espectadores, para un partido tan enorme; agitado, en ebullición, a toda velocidad, prácticamente al primer instante.

Hace cuatro años, en la final de la Liga de Campeones en Lisboa, Diego Costa aguantó ocho minutos, roto, imposibilitado, por lesión; este miércoles, en la Supercopa, sólo necesitó 50 segundos y un pase largo, quizá a la nada, de Diego Godín para transformar un lance aparentemente irrelevante del juego en un golazo incontestable.

¿Por qué? Porque, de espaldas, fue astuto para sorprender a Sergio Ramos, fuera de foco de inmediato cuando el atacante peinó el balón; porque después fue rápido para conectar de nuevo otra vez con la cabeza en la pelota y desbordar por zancada a Varane y porque su definición fue brutal, con un derechazo que dobló a Keylor Navas.

En 50 segundos. Con todo lo que supone para el goleador, el Atlético, y para el contrincante, pero no para el Real Madrid. Asumido el lapsus, controlada la presión que tanto le agobió de inicio al conjunto blanco, en cuanto encontró a Marcelo, Bale e Isco fabricó metro a metro, pase a pase, la respuesta al primer golpe.

No fue inmediata en el marcador, tampoco apabullante ni mucho menos, pero sí convincente en cuanto logró rebajar la pretensión rojiblanca de jugar en campo contrario, en cuanto conectó con verticalidad, en cuanto Marcelo profundizó por la izquierda, como el taconazo de Asensio que salvó espectacular Oblak, y en cuanto Gareth Bale superó por el otro lado y por primera vez a Lucas Hernández.

La parábola perfecta de su centro sorprendió incluso al mejor portero del mundo. Oblak dudó cuando nunca duda, arrinconado en la propia línea de su portería, batido por el certero cabezazo de Karim Benzema al borde de la media hora, empatado un partido que se movió a un ritmo mucho más alto de lo esperado hasta que duró la fuerza.

Una acción tan simple como efectiva niveló un duelo que había sido del Atlético -quince minutos-, después fue del Real Madrid -hasta instantes del descanso- y luego, ya en el segundo tiempo, no fue ni para uno ni para otro, mucho más medidos los dos desde el 1-1, más pendientes de los riesgos que de los beneficios.

Ni había aparecido hasta entonces Antoine Griezmann ni apareció después, sin la frescura de piernas todavía que exige cualquier partido de competición oficial, sin el protagonismo de un futbolista de su talla y sustituido en el minuto 55 por Ángel Correa, cuando, instantes después, de repente, un penalti impulsó al Real Madrid.

Una mano prescindible de Juanfran, quizá accidental, a lo mejor provocada por la pugna con Benzema, pero penalti al fin y al cabo. Lo transformó Sergio Ramos, con un lanzamiento sutil, con toda la seguridad del mundo, inalcanzable e impredecible para Oblak para dar al Real Madrid la sensación ya de medio título, pero sólo sensación.

Porque las embestidas ofensivas del Atlético habían decaído desde mucho antes, prácticamente desde el gol que le adelantó a los 50 segundos, sometido aparentemente ya por el Real Madrid hasta el regalo de Marcelo que aceptó Juanfran, dio continuidad Correa y culminó Diego Costa con el 2-2 (m. 78) para provocar la prórroga.

La prórroga… de Saúl, de Koke y del Atlético, que se adueñó definitivamente de la Supercopa de Europa, con una volea preciosa del primero con la izquierda, previo fallo de Varane, en el minuto 98; con el 2-4 del segundo instantes después, en el 104, y con el séptimo título europeo, cuatro con Simeone, del equipo rojiblanco.

 

DAMG