En el futbol, otro camino para demostrar al pueblo que sí, que efectivamente se trata de un ser humano especial, superior, con dotes fuera de lo común.

 

Sólo así puede entenderse que la narrativa oficial que rodea al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, enfatice que pudo ser un gran futbolista (pero su padre le instó a una causa mayor, que era ocuparse del gobierno), que los testigos clamen que el Fenerbahce deseaba firmarlo y se refieran a él como una mezcla entre Beckenbauer y Messi (siendo así, acaso la selección de su país habría ganado algún Mundial) y que él mismo reiterara en una entrevista reciente: “Mi aventura en el futbol empezó cuando tenía quince años. Solíamos jugar con bolas hechas con papel en nuestro barrio. Después, era delantero amateur y al mismo tiempo continuaba mis estudios e iniciaba en la política (…) Conquisté cinco títulos en siete años. Fue una hazaña personal. Yo era el capitán”.

 

El estadio del club Kasimpasa, en el que se dieron sus patadas al balón, hoy lleva su nombre. Más allá de eso, cada que puede aparece jugando y acercándose a este deporte según la necesidad.

 

Mesut Özil, campeón del mundo con Alemania, de momento se encuentra en disputa con esta selección, luego de que se publicara su fotografía con Erdogan. El presidente turco de inmediato atrajo el debate a la cuestión religiosa, asegurando que si el volante ofensivo resultó atacado por medios germanos, fue por discriminación, por ser musulmán, por acercarse a la tierra de sus padres. El propio jugador ha reafirmado esa idea, aunque en Alemania se asevera que, racismo al margen (el cual, sin duda existe en su sociedad), aquí el asunto es lo que Erdogan representa en términos de atropellos de Derechos Humanos y destrozo de lo que alguna vez lució cercano a una democracia.

 

La mayor estrella que Turquía ha disfrutado en una Copa del Mundo, el atacante Hakan Sukur, estelar en el cuadro semifinalista en Corea-Japón 2002, hoy vive exiliado en Estados Unidos. Tras su retiro trabajó como político afín a Erdogan, pero después se le acusó de pertenecer a una agrupación terrorista, que habría perpetrado el presunto Golpe de Estado para derribar al presidente en 2016 (presunto, porque muchos analistas mantienen que fue auto Golpe de Estado, con mero afán de elevar los poderes del mandatario).

 

Hace unos años, el sorteo eliminatorio para Sudáfrica 2010 quiso que Turquía y Armenia se enfrentaran; cuando todo era tensión y miedo a una escalada en la ancestral disputa entre estos gobiernos, nació el término Futbol diplomasisi. ¿Sería posible que el deporte conciliara tras un siglo de negativa turca ha admitir el genocidio armenio de 1915? Finalmente, los dos dignatarios estuvieron juntos en el estadio y todo fue sorprendentemente bien hasta que el presidente turco echó por tierra el proyecto. “Un futbolista mató la diplomacia del futbol”, titulaba un artículo muy crítico con Erdogan, publicado por Foreign Policy Journal.

 

Futbolista o no, cercano o (como es de suponerse) remotamente lejano a Beckenbauer y Messi, hoy Erdogan sostiene un nuevo pulso ante el mundo.

 

Eso sí, se ha dado tiempo de opinar en las últimas semanas sobre los males que aquejan al futbol turco, ausente del último Mundial.

Como con la devaluación de la Lira turca, asegura que la culpa es de los extranjeros.

Twitter/albertolati

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