La “constitución moral” era la propuesta perfecta para no cumplir: llamó la atención en campaña y el votante “moralino” la escuchó con beneplácito, pero ni fue de las decisivas para el electorado ni tampoco de las que generó mayor recordación. Además, si sumamos su ambiguo estatus legal, su potencialmente extraña implementación, y su abierta afrenta al esquema democrático liberal y a la libertad individual de conciencia, la propuesta podía (merecía) morir silenciosamente. Pero al final, AMLO consideró que su inminente gobierno sí tiene derecho a decirnos cómo vivir nuestras vidas privadas y qué debemos pensar.

Esta idea orbita la cabeza de AMLO desde hace por lo menos dos años: en su libro “2018: La salida”, publicado en enero de 2017 y presumiblemente desarrollado en 2016, menciona que “existe una reserva moral derivada de nuestras culturas (…) estos fundamentos para una república amorosa deben convertirse en un código del bien (…) Una vez elaborada esta constitución moral vamos a fomentar valores por todos los medios posibles (…) en las escuelas, en los hogares y a través de medios impresos, radio, televisión y redes sociales”.

Sin embargo, de todas las propuestas del tabasqueño, esta es la más autoritaria en el sentido estricto de la palabra (abuso de autoridad), ya que implicaría un golpe frontal al indispensable principio rector de “lo que no está prohibido, está permitido“, al sumar un subcriterio de tipo “esto es legal pero es malo“. Ese no es, ni debe ser, el rol del Estado; este nos debe decir qué es legal o ilegal, más no cuáles son las “buenas costumbres”. Debemos marcar un límite: si damos entrada a AMLO para regular nuestro comportamiento más allá del documento legítimo y ya existente para dicho efectos (la Constitución Política), surge el riesgo de que este u otro presidente quiera inmiscuirse aún más.

Cualquier poder sin contrapesos institucionales o sociales tenderá a expandirse. Buscará, por inercia, cómo y dónde colarse para ampliar su rango de acción; esta es su naturaleza. Por lo mismo, todos los demócratas liberales del país a los que nos ocupa limitar al poder debemos alzar la voz en contra este adefesio jurídico, político y social. De consumarse (y de hacerse vinculante en cualquier grado, chico o grande), sería un golpe a la libertad de pensamiento y, por ende, a la diversidad política. No necesitamos una “constitución moral”; necesitamos la Constitución Política y cumplir las leyes que de ella emanen.

AMLO señaló que en breve dará más detalles; ojalá se apure porque las potenciales implicaciones proyectadas desde las imprecisiones preocupan bastante. Mi liberal interno se retuerce ante la posibilidad de que un presidente me diga a mi o a cualquiera que ahogarse en alcohol, tener una relación poliamorosa o suicidarse, no son acciones “bien vistas” por su gobierno. Termino citando parte del artículo 24 de nuestra Carta Magna, ya que algunos en MORENA no lo conocen: “Toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado”.

@AlonsoTamez

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