Algunos de los nombramientos adelantados del virtual Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, han desatado una guerra en los medios y las redes sociales que es un ejemplo del encono que seguramente se vivirá los próximos seis años, pero también de la intolerancia y la persecución que esa confrontación generará contra quienes piensen distinto de los indiscutibles ganadores de la elección de julio pasado y de sus seguidores.

Un ejemplo de ello es el nombramiento de Manuel Bartlett como director general de la Comisión Federal de Electricidad, entre tantos otros. Las discusiones en torno a esa designación van de lo racional a lo virulento en muchos casos, algunos de ellos verdaderamente escandalosos.

En realidad lo verdaderamente preocupante no es el perfil y la historia política de Bartlett, ex secretario de Gobernación y ex gobernador de Puebla, conocido no sólo por su mano dura, sino por haber conducido el proceso electoral de 1988 en el que se le acusó por operar un supuesto fraude electoral en contra de Cuauhtémoc Cárdenas y el Frente Democrático Nacional para favorecer al candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari, sino los grados de intolerancia que se dan ante las críticas que se han hecho públicas por su nombramiento.

Básicamente los críticos señalan por ello a Andrés Manuel López Obrador y a su Movimiento Regeneración Nacional de incongruencia con sus postulados de honestidad, democracia y lucha contra la corrupción, esto debido a que se le dio un encargo de primer nivel a Bartlett cuando precisamente quienes hoy integran ese partido político lo acusaron de delincuencia electoral y de ser el autor de la llegada de Salinas al poder, personaje al que responsabiliza de construir y hacer realidad en México el modelo neoliberal y globalizador al que achacan el empobrecimiento, la desigualdad y la violencia que aquejan hoy a México.

Sin duda, Manuel Bartlett tiene una trayectoria política que lo ubica como un funcionario eficiente que se hizo de fama por su mano dura y que tiene como mayor cuestionamiento su papel como titular de la Segob en la elección de 1988 y quien desde hace 15 años se ha ocupado del tema energético como el principal tema de su agenda y se explicaría de esa forma su nombramiento al igual que el de Rocío Nahle como secretaria de Energía.

Hasta ahí los alegatos que, sin duda, son válidos desde ambos puntos de vista; lo que se ve como preocupante es la virulencia en contra de los críticos del nombramiento de Bartlett, que en lugar de centrarse en las virtudes, defectos o trayectoria del senador por el Partido del Trabajo derivan en la descalificación automática y violenta como si pensar diferente, cuestionar o expresar crítica o escepticismo fueran de plano sinónimo de inmoralidad, corrupción y delincuencia en una fórmula maniquea y polarizante, que en voz de los lopezobradoristas pone a quien las expresa como integrante de la que su líder califica como la mafia del poder y a los que están en sus filas, como los poseedores únicos de la razón, la verdad y la moral pública.

Es por eso que se hace cada vez más urgente que en los hechos y en el discurso, Andrés Manuel López Obrador y los principales liderazgos de Morena pongan un alto a la persecución y linchamientos de los que expresan sus críticas al nuevo Gobierno, sus integrantes y sus políticas públicas como una forma de preservar las libertades y la democracia en un Mexico que tardó medio siglo en que las libertades democráticas que defendió la generación del 68 se hicieran realidad.