El ex Presidente de Egipto, Mohamed Morsi, agoniza en una prisión de su país. Malvive en una tortura permanente.
Desde hace cuatro años duerme en el frío suelo de la penitenciaría. No tiene cobijas. Mucho menos un colchón. Por eso sufre una reumatitis que no le deja descansar por el intenso dolor.
Su diabetes también le consume. Está perdiendo visión. Pero no le permiten que le visite el doctor.
En estos cuatro años de encierro la familia ha podido visitarle tan sólo en dos ocasiones, de media hora de duración, cada una. Su abogado apenas puede verle, y cuando lo hace, los funcionarios quieren saber de qué hablan.
No tiene ningún tipo de intimidad.

Morsi ganó las elecciones de 2012 con el partido de Los Hermanos Musulmanes. Los ciudadanos votaron masivamente por un instituto político que había creado el terrorismo de Hamas, basado en la idea del panarabismo y de odio a Occidente. Desde luego no son los mejores compañeros de viaje para un Egipto que pretende mirar hacia la modernidad. Sin embargo, eso no le legitima al Ejército a dar un golpe de Estado.
El militar Abdulfatah al Sisi detentó el poder a base de bazucazos, y desde 2014 ya no lo ha soltado. Ha habido elecciones y ha ganado, esta vez de una manera “democrática”. Así, mantiene al país de los faraones a raya, sin grandes excesos de libertad. Porque Egipto, como muchos otros países del islam, no se mueve por la democracia, sino por la teocracia y la jerarquía de los patriarcas. Nadie lo puso nunca en duda. Pero en el momento en que Morsi ganó en democracia, tardaron muy poco en neutralizarlo.

La guerra en el islam no es contra Occidente como lo entendemos. La guerra en el islam es entre ellos. No hay más que ver la pugna de siempre entre sunitas y chiíes. Esa lucha ha dejado millones de víctimas a lo largo de la historia. No hay más que ver cómo acabaron con Morsi, y no sólo eso, cómo le torturan todos los días desde hace cuatro años como si fueran Torquemada en plena Inquisición.

Es verdad que un grupo muy menor sí tiene aversión por Occidente, aunque en parte nos lo hemos ganado a pulso esquilmando todo su gas y su petróleo como si fuéramos filibusteros.

Pero la lucha, esa lucha por imponerse, no es contra el mundo occidental, sino entre ellos.
La Inquisición desapareció hace siglos, igual que la esclavitud. Morsi habrá podido apoyar a grupos terroristas, pero eso no le otorga ningún derecho a los militares golpistas de quitarle del poder a golpe de pistola ni mucho menos a tenerle en una diminuta celda aislado y en condiciones infrahumanas.
Así empiezan las rencillas entre hermanos. Siempre termina en un caos.