“Una nación no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada”. Así lo dijo el gran Nelson Mandela, quien ayer habría cumplido cien años; pasó 27 en la cárcel por luchar contra el racismo, salió y siguió. Fue el primer mandatario que su país eligió en las urnas y continuó esa lucha. Dejó el poder cuando le correspondía, a los 5 años de mandato, y siguió.

Son muy pocos los líderes que entienden que su deber histórico está delineado por el tiempo y espacio que han decidido los ciudadanos. Son muy pocos los que tienen claro que hace falta apostar por una distribución democrática de las oportunidades y comprenden la urgencia de mirar a los que menos tienen.

En México, estos días en los periódicos abundan lamentos de jueces, legisladores, funcionarios que han gozado durante décadas de las mieles del erario para solventar sus necesidades… ¿básicas? Se alarman de saber que podrían reducirles su salario de hasta 600 mil pesos mensuales o sus bonos de un millón de pesos al final de la Legislatura.

Al parecer, se ha normalizado que la honestidad cuesta. No es un privilegio, es lo mínimo necesario para garantizar resoluciones independientes, dijo el presidente de la SCJN. El problema es que ni con semejantes estímulos se ha logrado un sistema público limpio.

Es claro que ajustar salarios en el ánimo de buscar ahorros que permitan reorientar el gasto no será suficiente para mejorar la economía y las oportunidades de quienes menos tienen. Es apenas el inicio de un proceso del que hemos decidido participar muchos de nosotros, la mayoría de los ciudadanos mexicanos. Vale la pena emprender el viaje.
Como decía Madiba: “Después de escalar una gran colina, uno se encuentra sólo con que hay muchas más colinas que escalar. Una a una, juntos iremos por la exigencia y vigilancia de los resultados”.

Salvador Guerrero
@guerrerochipres