En los años 80, un joven Daniel Ortega llegó a hacerme soñar. Aquel joven español que llegaba a México a aprender el honorable oficio del periodismo quedó imantado por unos revolucionarios que rozaban la mediana edad y que buscaban la igualdad de un país roto por las cicatrices de una dictadura, una guerra y un terremoto. Así era aquella vetusta Nicaragua que necesitaba lamerse sus heridas.

Daniel Ortega y sus ideas sandinistas lograron llegar al poder. El joven periodista veía desde México cómo al final triunfaban la igualdad y la democracia.

Pero todo era un sueño. En 1995 viajé a Nicaragua y se vio la “fortificación” que tenía en aquel entonces el “héroe” de Sandino, Daniel Ortega. No se apreciaba la mansión; sólo un muro que diseccionaba la realidad de una burbuja oligopólica donde residía la poderosa familia que convirtió a Nicaragua en “su” propiedad olvidando los dictados del sandinismo.

Fue entonces cuando sufrió la metamorfosis. Ortega se convirtió en un dictador. En pleno siglo XXI, en 2007 detentó de nuevo el poder, y como buen tirano ya no lo dejó. Colgó su disfraz de héroe revolucionario del sandinismo y se convirtió en lo que realmente es: un déspota que tiene sojuzgados a los nicaragüenses.

El tipo arrogante, con el mismo bigote que se había dejado desde joven, controla Nicaragua con su puño firme. En los dos últimos meses han muerto más de 350 inocentes que luchaban por la libertad y la igualdad en Nicaragua. Qué paradoja, los ciudadanos de Nicaragua pugnan por lo mismo por lo que lo hizo Daniel Ortega. Ellos quieren acabar con el dictador igual que él terminó con el régimen de Anastasio Somoza, el otro gran dictador del país.
Todo comenzó hace tres meses cuando el pueblo de Nicaragua salió a las calles por las pensiones de los jubilados. Pero no era más que una excusa. Los nicaragüenses le estaban pidiendo a Daniel Ortega que acabara con su tiranía, para que todos tuvieran las mismas oportunidades y que hubiera ese gran espacio de la libertad que es la democracia.

Aquel mito de finales de los años 70 que luchó de manera irrestricta contra el dictador que estuvo en el poder durante 40 años y que fue Somoza, gracias a la ayuda de Estados Unidos se convirtió en mortal, y de ahí bajó a lo más profundo de las cloacas. Hoy, el mundo ve atento a aquel Daniel Ortega y al actual henchido de poder, martirizando a su pueblo y realizando las mismas tropelías y atrocidades, como los mejores dictadores. Porque siempre he pensado que el que llega a ser un buen dictador no sólo lo hace por el poder como sea, sino que lo terrible es que no le cuesta ejecutar o mandar ejecutar a un ser humano, porque piensa distinto. Ése es Daniel Ortega, un traficante de almas capaz de venderlas al mejor postor por seguir en el poder.

Ha llegado el momento de decirle basta. La Unión Europea y muchos países de América quieren parar a este caballo desbocado sediento de sangre y de poder que sólo se mira el ombligo y se olvida del resto de los conciudadanos que quieren vivir en paz e igualdad en este siglo XXI.