No hubo sorpresas en los resultados de la elección del 1 de julio pasado, ya que Andrés Manuel López Obrador, candidato de la coalición Juntos Haremos Historia, obtuvo el triunfo. Sin embargo, en los cuartos de guerra de los otros candidatos no sabían que el triunfo sería de tal contundencia.

Ahora corresponderá a las cúpulas del PRI y del PAN iniciar con un proceso de reinvención, no sin antes aguantar que la herida que infligió el voto ciudadano supure toda la infección que los llevó a la derrota, y en el caso del tricolor, a la más grande de su historia.

Inevitablemente, al interior del PRI comenzará la batalla por repartir culpas y despreciar responsables. En la derrota política, los inquisidores se multiplican; mientras que en el triunfo, las amistades.

Con casi ningún triunfo, el tricolor debe analizar aquellas campañas en las que pudo conectar con el electorado y obtener su confianza, la que llevó a Jorge Carlos Ramírez Marín en Yucatán a una victoria con más votos que los candidatos a la gubernatura; es un buen ejemplo.

El ex presidente de la Cámara de Diputados es hasta el momento el único candidato del tricolor que obtendrá el triunfo por votos directos; su campaña, a la que hice alusión en este espacio, tuvo como principal pilar concientizar a los yucatecos sobre la importancia de las abejas. Ramírez Marín la llamó “una campaña con causa”, en la que caminó todo el estado defendiendo la sobrevivencia de la abeja melipona, una especie endémica del estado que produce una de las mieles con más propiedades nutricionales; lo mismo ofreció flores de Dzidzilché, que propicia la polinización, como talleres para construir colmenas, ello con base en que México es el séptimo productor del país, y en Yucatán dicha industria es el sustento de miles de familias.

Con ello, Ramírez Marín se convirtió en un “candidato sustentable”, cercano a la gente y lejano a las campañas de contraste y de guerra sucia; eso le gustó a la ciudadanía que le otorgó su confianza.

No hay que dejar de lado que antes de la designación de candidatos, Ramírez Marín se ubicaba como el favorito para abanderar al tricolor en la carrera por la gubernatura; tenía la experiencia, la trayectoria, el carisma, pero sobre todo era cercano a sus paisanos. Sin embargo, en una sorpresiva determinación, los priistas eligieron a Mauricio Sahuí, personaje cercano al gobernador Rolando Zapata, como su abanderado.

La reflexión priista será dolorosa, pero tiene que empezar por aceptar que ni la selección de candidatos ni la estrategia de campaña fueron las adecuadas.

Entre los culpables ya se empieza a señalar al ex presidente nacional, Enrique Ochoa Reza, quien estuvo al frente de la designación de los candidatos, y algunos jueces partidistas como Ulises Ruiz ya pide su cabeza en bandeja de plata.

Esa reflexión simplista pasaría por culpar a una sola persona del error de muchos, y de basar la refundación del partido en la crucifixión de un personaje, es decir, parece cosmética y carente de las bases para un cambio profundo.

Y es que algunos integrante del PRI sufren de amnesia postelectoral; olvidan que Ochoa Reza se alzó con el triunfo en el Estado de México, en el que vencer a la candidata de Morena, Delfina Gómez, parecía una tarea imposible: hoy, Alfredo del Mazo gobierna esa entidad; y en Coahuila, después de una contienda que se extendió hasta los tribunales, Miguel Ángel Riquelme recibió la constancia de gobernador del estado. Todo eso durante la presidencia de Ochoa Reza.

En fin, así las cosas. Hay una corriente de opinión que registra que hay priistas que le quieren cobrar a Enrique Peña Nieto la derrota del 1 de julio, pero aseguran que será en estos meses cuando el Presidente en el último tramo de su poder cobrará las no pocas deslealtades y traiciones de los que hoy quieren hacerse del PRI.