Parece curioso, o acaso sintomático, que el término chauvinismo haya nacido en Francia.

Según cuentan, esa manera de denominar al patrioterismo o nacionalismo extremo viene de un soldado llamado Nicolás Chauvin, sobre cuya excesiva devoción a lo francés hay demasiadas versiones y ninguna confirmación.

Como sea, chauvinimo absurdo en una tierra a menudo beneficiada por la mezcla, por convertir a su París en la de todos, por ejercer una hegemonía cultural a través de lo que dejaron en su territorio cuantos por ahí pasaron.

Podemos hablarlo ya desde el plano literario, ya gastronómico, ya filosófico, o, por supuesto, el futbolístico.

Que esta selección francesa incluya en su plantel de 23 a por lo menos 19 jugadores de orígenes mixtos (africanos subsaharianos y mediterráneos, europeos del sur y orientales, asiáticos y caribeños), es llamativo, pero de ninguna forma novedoso.

Suele pensarse que la generación campeona del mundo en 1998, la de Zidane, fue la pionera en esta materia. Algo del todo falso si se considera que, ya en los años treinta, ese uniforme fue portado por numerosos descendientes de extranjeros o naturalizados. Por ejemplo, en una época en la que las resistencias al convivio de negros con blancos eran tremendas, Raoul Diagne brilló con el representativo bleu. De origen senegalés (de hecho, su papá fue el primer diputado de sangre africana en ser electo en Francia), a su lado acudieron al Mundial de 1938 al menos otros cuatro muchachos no nacidos en ese país: Abdelkader Ben Bouali y Mario Zatelli en Argelia; Héctor Cazenave en Uruguay; Ignace Kowalcyk en Polonia.

Esa tendencia continuaría en el primer gran cuadro francés de la historia, que fue el que asistió a Suecia 58. Las dos principales figuras eran Raymond Kopa (Kopaszewsky de nacimiento, de padre polaco que llegó tras la Segunda Guerra Mundial a trabajar en las minas francesas) y Just Fontaine (tan hispano-marroquí que en alguna entrevista que tuve el privilegio de hacerle, me aseguró que en su familia siempre le llamaron Justo y no Just). De igual forma, a fines de los setenta con Michel Platini (italiano), Jean Tigana (de Mali) y Marius Tressor (de Islas Guadalupe).

El tema adquiere mayor relevancia cuando una parte de Francia aún refuta su inevitable y casi intrínseca diversidad.

Si en 1998 el ultraderechista Jean Marie Le Pen calificó a su selección como “artificial” y recientemente Marine Le Pen exigió “blanquear” las convocatorias, también desde las minorías se ha opuesto resistencia. A raíz de sus problemas legales y su no-convocatoria, Karim Benzema se ha afirmado argelino, así como el mismo banlieue o extrarradio de donde proviene la mayoría de los cracks, se ha manifestado con disturbios contra el Estado. ¿Por qué? Por no considerarse representados, por pensar que el bienestar prometido no es para todos, por sentirse tratados como franceses de segunda.

En mayor medida, pero esta Francia, como las de los últimos ochenta años, es multicultural. Lo que no significa que refleje a una sociedad en paz u homogénea. Eso sí, refleja a un balieue que, como la favela en Brasil, encuentra en el futbol uno de los pocos caminos hacia la abundancia.

Twitter/albertolati

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