Los sábados, a veces los viernes por la tarde, suele llegar a mi bandeja de entrada el artículo que Paola Rojas, muy querida camarada de armas, publica en El Universal. Es un gesto de confianza hacia mí que me ha agradecido siempre y que en realidad contiene una marrullería por mi parte. Puede pensarse que la ayudo al comentar a guatsapazos el texto: a afinarlo, a calibrar su pertinencia, lo que quieran y manden. No. Los textos llegan perfectamente cocinados. En realidad, por el contrario, he aprendido mucho de leerla. Es una columnista como Dios manda: contundente, irónica, informada, atenta a la coyuntura, entrona.

Les hablo de esta anécdota mínima para sumarme a las muchas voces valiosas, incuestionables –periodistas, escritores, artistas, gente de la farándula, chefs y lo que se les ocurra, incluido el director de este periódico, Lalo Salazar–, que en los últimos días han usado las redes sociales para recordar que valiosa es Paola. Tienen razón. En efecto, es un monstruo televisivo, con esa mezcla de gracia y rigor, con esa capacidad para tender puentes entre la política, la cultura, el espectáculo, los deportes y lo social. Es, por las mismas razones y algunas otras, un monstruo de la radio. Pero lo es asimismo porque sabe para qué deben servir los medios, entre tanta mediocridad profesional y tanta bajeza moral. Los usa, claro, para informarnos, para ejercer la crítica y para entretenernos. Pero también como plataforma para contrarrestar la desgracia ajena. En los sismos de septiembre estuvo, como otros colegas, en la primera línea de fuego, lo mismo en la castigadísima Oaxaca que en la Ciudad de México. Después, ha usado esas ventanas para ayudar a los damnificados, lo mismo dando voz a quienes arriman el hombro por los otros que arrimando el hombro ella misma –la estoy balconeando, porque no lo cacarea mucho, pero aguántate esta vez, Paola: bien por construir esas casas–. Dicho sea de paso, en un medio que de pronto tiende a la mezquindad y la envidia, ha sido generosa con el trabajo de sus colegas. Me consta, como autor de libros, unos juguetes raros que siempre están urgidos de espacios de promoción. Le debo hartos ejemplares vendidos. Te debo una lana, jefa.

Creo que hablo por todos, colegas, amigos, cuando digo que somos privilegiados, suertudos, por tenerla cerca.

No se nos olvida, Paola. Que no se te olvide a ti.