Empieza el mes más intenso de las campañas electorales. Lo que ocurra durante estos días habrá de marcar el resultado de la votación y, con ello, el futuro de este país.

No es ésta una elección de matices entre los que aspiran a la Presidencia, no es una contienda en donde todos los abanderados buscan aprovechar lo que se ha hecho bien y desechar lo que hay que cambiar.

Hay una propuesta de rompimiento que realmente muy pocos han comprendido en su dimensión y consecuencias.
¿Por qué si no hay nadie que alabe las gestiones, actitudes y políticas de Luis Echeverría y José López Portillo, hay quien está dispuesto a reinstaurar esas políticas probadamente fracasadas?

Díaz Ordaz, Echeverría o López Portillo fueron, como muchos otros Presidentes de este país, imposiciones desde el poder. Parte de una dictadura perfecta que no permitía hablar a la oposición, que no daba oportunidad a las alternativas.

Parte del autoritarismo de Echeverría hizo que López Portillo fuera candidato único a la Presidencia; la disidencia fue aplastada.

Hoy, la apertura y la libertad no son una graciosa concesión de nadie, pero tampoco es eterna.

En este movimiento pendular, hoy es más fácil ser agredido, amenazado y bloqueado si se tiene una opinión contraria no al gobierno, sino al opositor.

En estos tiempos hay que tener valor para que un empresario muestre su preocupación por el futuro de México bajo un gobierno populista.

Luis Echeverría culpaba a los empresarios de ser los causantes de la desgracia nacional; Andrés Manuel López Obrador también.

En aquellos años, de un vuelco al populismo los empresarios mostraron su desacuerdo con aquellas medidas que afectaban sus intereses y claramente los del país. Echeverría la emprendió en contra de los emprendedores.

Echeverría reclamaba que las esposas de los empresarios eran las damas enjoyadas ante el hombre del pueblo. Hoy, López Obrador dice de los empresarios que les ha ido muy bien a ellos y muy mal al pueblo. Lo mismo.

Poco a poco, algunos empresarios se atreven a levantar la voz y a expresar su legítimo sentir respecto a lo que creen que vendría con un nuevo régimen populista en este país.

No hay necesidad de “denunciar” a los empresarios, como los de Herdez y Grupo Vasconia, que llaman a la prudencia electoral, porque están en su pleno derecho de pensar y decir lo que a sus intereses convenga.

Los empresarios no son ni “delincuentes de cuello blanco”, ni “rateros”, ni “minoría rapaz” ni nada de lo que está escrito en esa larga lista de descalificaciones que utiliza López Obrador y que distribuye para el uso de sus huestes.

Si los empresarios, que ya padecieron los tiempos de las crisis y las devaluaciones, quieren hacer un llamado de advertencia, están en todo su derecho, y criticarlos por expresar sus puntos de vista no es sino una llamada de advertencia más sobre la intolerancia que existe hacia las opiniones contrarias.