Sergio Ramírez sigue teniendo esa mirada algo pícara, pero con unos ojos incuestionables de verdad. Durante los años 80 fue vicepresidente del Gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua.

Hace muy pocos días tuve la suerte de entrevistarle en Madrid al haberle concedido el Premio Cervantes de Literatura, un galardón considerado como el Nobel de las letras en español.

Le recordé su etapa de político revolucionario sandinista. Él si creía en la Revolución. Me contestaba que creía y cree en la igualdad, en la solidaridad, en la equidad. Pero se desencantó en cuanto vio que Daniel Ortega y sus acólitos utilizaron la figura de Sandino, la Revolución y la política para satisfacer sus intereses y caprichos personales.

Entonces lo dejó todo y continuó escribiendo. Lo había hecho desde niño y transitó toda su vida como un hombre enamorado de la literatura. Por eso hoy en su vejez ha recibido este galardón de manos de Su Majestad, el Rey Felipe de Borbón.

Me dice que no reniega de haber intentado ser un político revolucionario, un soñador de sueños imposibles, un romántico idealista. Al contrario. Pero también hoy reniega de que Ortega lleve ya tres legislaturas y su idea sea perpetuarse en el poder.

Por eso, en los últimos días salieron los jóvenes y menos jóvenes a protestar por las calles de Managua y del resto de las ciudades nicaragüenses. La excusa fue la política neoliberal del “revolucionario de salón” Daniel Ortega al bajarles las miserables pensiones que ya tienen de por sí, los ancianos nicaragüenses.

Pero como digo, ésa es la excusa. Detrás se esconde un mundo de hartazgo al ver la sociedad nicaragüense cómo Ortega, sus familiares y sus amigos han hecho de la corrupción todo un credo. Mientras viven como marqueses, su población se encuentra diezmada.

Nicaragua puede terminar por explotar, y lo peor es que puede contagiar a los países de una región –Centroamérica– muy inestable, salvo Costa Rica y Panamá.

Los verdugos de muchos de los asesinados estos días cuando protestaban contra las políticas de Ortega fueron paramilitares urbanos de las propias huestes de Ortega. Es cierto que los Maras se encuentran fundamentalmente en Honduras y El Salvador. Sin embargo, la mano del régimen nicaragüense es alargada y puede dar de comer a estos paramilitares.

Y mientras tanto, Sergio Ramírez, don Sergio, también lucha contra Ortega y todo lo que representa la corrupción, y lo hace desde su experiencia y senectud serenas.

 

 

JNO