En México hay una rabia justificada. La desfachatez y el cinismo con que los gobernantes se han servido personalmente del poder público han colmado la paciencia de los mexicanos. Es natural que la sociedad mexicana no quiera que le vuelvan a ver la cara y hoy, de cara a la elección, se muestra dispuesta a gritar “basta ya” a través del voto. Quiere descargar, con un crayón y en una boleta, el desprecio que ha cultivado la clase política durante años de abusos.

Es entendible y válido. Sin embargo, ante la encrucijada electoral y según las encuestas, la mayoría pretende castigar al “sistema” -gobierno, PRI, PAN, PRD– votando por quien mejor y durante más tiempo ha capitalizado el discurso y la arenga antagónica: Morena. No porque su proyecto de gobierno sea lo que México requiere, sino porque votar por los otros es inconcebible; es lo mismo que dejarse ver la cara una vez más.

Mucho se habló hace poco más de un año sobre el término ”posverdad”, que fue nombrada “Palabra del Año” en 2016 por el diccionario de Oxford. Después de todo, fue la posverdad la que, según especialistas, llevó a Donald Trump a la Casa Blanca y provocó que los británicos votaran por dejar la Unión Europea. El término alude a algo “relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales”.

Pues bien, la posverdad reina en el escenario electoral. La ventaja que el candidato puntero marca en las encuestas es resultado del hartazgo, de la frustración, de la rabia, y no de una sólida plataforma de gobierno. Si bien ninguno de los candidatos ha sido propiamente propositivo y -como se veía venir- la campaña se ha desarrollado con base en ataques de todo tipo, las propuestas de Morena son inviables, incongruentes o simplemente se quedan en el nivel de ocurrencias. Pero esto parece no importar. La misión es no votar por los de siempre, por quienes tanto han traicionado la confianza de la gente.

Quien ha llevado a AMLO a ser puntero y a tener una ventaja casi irreversible no es AMLO ni sus 18 años de campaña, sino el PRI, que es un lastre imposible de soportar, incluso para un candidato brillante, preparado y capaz como lo es José Antonio Meade. Por datos y hechos, no hay duda de que se trata del mejor candidato para dirigir a este país; tiene preparación académica, experiencia política, trayectoria limpia, conocimiento de las entrañas de la administración pública federal y una buena imagen en el extranjero. Incluso, durante un evento privado, Javier Usabiaga -panista, ex secretario de Agricultura en el sexenio foxista- mencionó una frase contundente: “México no se puede dar el lujo de perder la oportunidad de tener un Presidente como Meade”, sentenció. Pero esto tampoco importa. Meade, o cualquiera, podría ser un superhéroe y tener una varita mágica que hiciera de este país un paraíso, pero abanderado por el PRI no ganaría.

¿México podría estar peor? Sin duda. Y no se trata de compararnos catastróficamente con otras naciones cuya historia es diferente, sino de racionar el voto. De pensar en realidad cuál es la mejor plataforma de gobierno y si ese candidato la puede llevar a cabo. De ver más allá de la rabia al tomar una decisión, al marcar la boleta. De votar con la cabeza, no con el hígado.