Los candidatos buscan votos y los medios, audiencias. Todos quieren hoy organizar los debates de las intercampañas.

Las llamadas a las oficinas de los aspirantes a la Presidencia se han multiplicado y toda clase de ofertas llegan a los candidatos para comparecer ante los más diversos auditorios.

Es evidente que no puede haber tantos debates como ofertas han recibido para ello. Pero no es eso lo que habrá de impedir que se lleve a cabo el encuentro de los tres punteros en la carrera presidencial.

Lo que realmente hará muy difícil que podamos ver una confrontación de ideas entre Ricardo Anaya, José Antonio Meade y Andrés Manuel López Obrador es que para que haya un debate de ideas, de propuestas, de planteamientos congruentes para gobernar, debe haberlos. Y hay al menos uno que parece que no tiene nada que defender.

El hecho de que Andrés López diga no a sostener un solo debate en la intercampaña y que solamente diga que asistirá a los tres debates organizados por el Instituto Nacional Electoral demuestra su lógica, su miedo y su ignorancia.

La lógica de ir en el primer lugar de las encuestas, al menos hasta este momento, lo hace pretender esconderse de cualquier escrutinio público, aunque eso implique privar a los electores del conocimiento de qué propone.

El miedo de este eterno aspirante presidencial es que sus propuestas queden desnudas ante la falta de congruencia y de fondo de la mayoría de ellas. La letanía repetida ininterrumpidamente por Andrés López durante este siglo se enfrenta una vez más a la terca e intransigente realidad que las exponga como irrealizables.

Y del otro lado es imposible sentar a Meade y a Anaya sin que acaben agarrados de las greñas en una pelea del lodo electoral en el que se han llevado a cabo las intercampañas.

El escenario perfecto para ellos de dejar una silla vacía de un temeroso López Obrador se vería manchado por los mojones que se aventarían con los supuestos casos de lavado de dinero y desvío de recursos que se echan durante cada encuentro que tienen sus representantes de campaña.

¿Para qué llevar al lodazal a Meade y a Anaya si ya están ahí Aurelio Nuño y Damián Zepeda?
En la lógica de pelear el segundo lugar en busca del voto útil, que seguramente se dará hacia el final de la contienda, estos dos equipos están dejando por la libre al puntero que se libera de explicar a la sociedad cómo pretende llevar a cabo sus inverosímiles planes de gobierno.

La gran ventaja de un debate es que atraen a mucha gente a ver el desempeño de los contendientes. Porque un discurso, como el que dieron los tres en la convención bancaria pasada, deja ver quién está hueco y quién tiene fondo, pero pasan desapercibidos para la mayoría.

Un debate los desnuda y los expone. Cambia la percepción de quien quiere argumentos para decidir su voto más allá de las emociones.

JNO