Con su aspecto de lord inglés y su pelo blanco que le hace tener una mayor autoridad, Michel Barnier, el comisario europeo que tiene el encargo de negociar con Gran Bretaña su salida de la Unión Europea, no les da tregua a los británicos.

Este francés que ha sido ministro en varios gobiernos de su país se le pega a la yugular al Reino Unido, y apenas si le deja respirar.

Con voz tranquila, pero tajante les decía en esta semana a los británicos que no pueden mirar para otro lado, que tienen que poner fecha, día y hora para que se produzca el divorcio.

Cada vez que retumba el nombre de Michel Barnier, a la primera ministrita británica, Theresa May, le produce urticaria. Es una reacción de nerviosismo porque ni saben bien, ni van a tener tiempo para gestionar su salida de la Unión Europea, máxime cuando el Reino Unido es una de las potencias más importantes del mundo; ésa es su baza. Y eso es lo que les recuerda Theresa May cada vez que le presionan con su salida del selecto club europeo.

Pero a este paso ya no tiene apenas capacidad de maniobra. En el fondo, muy en el fondo quisiera que los británicos no hubieran votado por la salida –a pesar de que son muchos los que piensan que es lo mejor para su país-, porque sabe que le va a salir la broma por un dineral que no está dispuesta a pagar sola.

Dicha salida costará aproximadamente cien mil millones de dólares, el PIB de naciones pequeñas. Y, ¡claro!, a pesar de que el Reino Unido fue el que solicitó la salida, a la hora de la verdad pretende que el divorcio se pague a mitades. Ahí es donde se encuentra el escollo que, aunque parezca insalvable, se arreglará, seguramente en contra de los británicos. La mayor parte de la factura tendrán que abonarla ellos.

Pero tampoco se puede subestimar a la isla. Para empezar, le debemos mucho desde el punto de vista histórico, social y cultural. Con la paz de Westfalia, en 1648 comenzó el difícil arte de la diplomacia. Ellos fueron los pioneros de una revolución –la industrial- que transformó la sociedad completamente hasta llegar a nuestros días.

Shakespeare, Charles Dickens, George Orwell, Lewis Carroll, Agatha Christie forman parte del inmenso imaginario iliterario que el Reino Unido le ha legado al orbe.

Porque Gran Bretaña es una gran nación. Sus avances en su educación son espectaculares. El alumno no tiene que adaptarse a un sistema de competición con un sinfín de asignaturas que las vomita en un examen y se le olvidan.

En Gran Bretaña el sistema se adapta al alumno. Observa sus capacidades y le van encauzando desde pequeño hacia la profesión que ocupará de mayor. No en vano son cientos de miles de jóvenes de todo el planeta los que acuden al Reino Unido a estudiar. Tan relevante es que la educación representa 4% del PIB.

El divorcio entre la Unión Europea y el Reino Unido será duro, complejo y triste en algunas circunstancias. Pero los británicos votaron por su salida, y ante todo hay que respetarla.

JNO