Imposible anticiparlo para sus rivales, incluso para sus propios adoradores, nadie sabe qué versión del Real Madrid jugará este sábado en la final del Mundial de clubes.

 

La opción de unos meses atrás, revivida apenas en el mágico primer tiempo contra el Sevilla, se aleja en el retrovisor, se despinta en la memoria: el omnipotente once al que resultaba una quimera quitar la pelota; que avasallaba por finas y fieras; que clavaba de inmediato un gol, aperitivo ofrecido por la casa antes de que el comensal se decidiera sobre lo que elegiría de la carta; ese trabuco enrachado e incontenible que convertía la mitad rival del campo en un submarino agujerado: ya se colaba el agua por derecha y por izquierda, por abajo y por arriba, por el centro y por la periferia, por artillería permanente y emergente, por resignación y sorpresa.

 

O está la opción a la que nos hemos acostumbrado desde septiembre: lenta, predecible, renqueante, insegura de tan sobrada; esa que supone tal control del partido que termina por perder sus tiempos y espacios; esa que se sabe tan capaz de hallar portería que lo pospone quizá consciente o inconsciente, pero sin duda irresponsable; esa que se asomó, ante el muy humilde Al-Jazira, al precipicio de una de las peores vergüenzas en la historia de la institución más laureada que haya existido.

 

Trastorno de personalidad múltiple (o, en el mejor de los casos, doble) que hace muy difícil de prever quién enfrentará al Gremio por el título mundial. Si los blancos logran parecerse al menos en un 50 por ciento al que fueron, levantarán su quinto trofeo del año. Si ni siquiera les alcanza para eso, cerrarán el que pudo ser su mejor año, obligados en crisis a una reconstrucción.

 

Para colmo, sólo volverán a España para disputar un partido antes de las vacaciones: ese clásico frente a Barcelona que, para como está la liga, luce imprescindible para que el Madrid dependa de sí mismo para reeditar esa corona.

 

Si el Madrid Jeckyll prevalece sobre el adefesio que le ha suplantado, pueden esperarse dos victorias que casi convertirán en anécdota tan feo cuatrimestre (y que se preocupe el París Saint Germain por el tigre que se sacó en la rifa de la Champions). Si es Mr. Real quien brinca a la cancha, entonces todo pesimismo será poco.

 

Imposible de anticipar, aunque si por la genética nos guiamos, justo ahora emergerá airosa la mejor cara merengue.

 

En ese arte de volver, nadie como esta entidad. Puestos a retornos o despertares, ningún momento como éste.

 

Ya luego Robert Louis Stevenson y su “Extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde”, ilustrarán a falta de mejor diván.

 

 

Twitter/albertolati