Festejar o mesurar, alabar o criticar, soñar o resignar, buena parte de los más devotos seguidores de la selección mexicana no sabe cómo vivir la cómoda calificación al Mundial de Rusia.

 

Como resumen, la paupérrima entrada que registró el Azteca frente a Panamá. Ni duda cabe, si el Tri se hubiese encontrado en una situación apremiante, en riesgo de quedar eliminado como en los anteriores dos ciclos, más de 150 mil posesos se hubieran arrebatado los boletos. Como sea, tan apacible eliminatoria y la sensación de no jugarse demasiado contribuyeron a que ni siquiera con promociones, la asistencia llegara a los 40 mil: sí, en el futbol como en la vida, negocio y expectativa son directamente proporcionales al drama.

 

Es eso, pero es también la impopular gestión de Juan Carlos Osorio, con poco crédito al haber sido contratado, con todavía menos tras caer en los únicos partidos decisivos que dirigió (el 7-0 de Chile, el 4-1 de Alemania, el 1-0 de Jamaica). Días atrás, el periodista Nicolás Romay preguntaba a Decio de María por las razones que hacen que el seleccionador no sea querido. La respuesta inició con tan largo silencio, que cuando brotaron las palabras ya decían poco.

 

Sin embargo, más allá de Osorio y de un Hexagonal que por dominado se hizo tedioso, la tribuna del Azteca lució vacía porque hay desilusión crónica, porque hay renuencia a volver a creer, porque hay fastidio ante las enésimas frustraciones. Síntomas, acaso, de no haber asumido antes los verdaderos alcances de nuestra selección. Escudados en el clavado de Robben en 2014, en el fuera de lugar de Tévez en 2010, en el golazo de Maxi en 2006, en el pánico escénico contra Estados Unidos en 2002, en el túnel de Lara en 1998, en los cambios de Mejía Barón en 1994, en el sempiterno pretexto, siempre hemos sabido disfrazar nuestra mediocridad.

 

Ni entonces, cuando empezó esta sensacional cadena de calificaciones al Mundial, ni ahora, cuando se logra el boleto con una inusitada sencillez, México tuvo más nivel que el que mostró: estar entre los dieciséis mejores del planeta, como marca con claridad nuestro límite que son los octavos de final. Claro, Costa Rica no tenía en el Mundial pasado uno de los mejores ocho futboles del mundo, pero se metió a octavos, como en 2002 Turquía no era de las mejores cuatro y accedió a semifinales: esos milagritos suceden…, aunque la afición verde se ha hecho a la idea de que no con el Tri.

 

¿Existen hoy más de diez o incluso catorce selecciones superiores a la mexicana? No hace falta lacerarnos para decir que sí. ¿Tiene la culpa de eso Osorio? No. ¿Estamos hoy más cerca de las potencias que cuatro años atrás? Me temo que tampoco. ¿Por ello debemos dejar de celebrar el pase al Mundial? De ninguna forma, siempre y cuando al festejar no nos desapegarnos de la realidad.

 

Lo he dicho antes y es sano reiterarlo: ya quisiéramos que en los rubros importantes (salud pública, educación, seguridad, transparencia, consolidación de democracia), México fuera top-16. No por ello, nos conformaremos con lo entregado en la cancha por la selección, pero al menos sabremos valorar lo que hay.

 

Y sí, aunque hoy la afición no sepa si creer o desacreditar, aunque hoy las emociones del Tri estén en el limbo, no es asunto menor calificar a un séptimo Mundial consecutivo.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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