Cuauhtémoc Blanco levanta la mano, otra vez. Ya vio que se puede y dijo estar “en la mayor disposición” para buscar la gubernatura de Morelos, a través de Encuentro Social, mismo partido que lo llevó a la alcaldía de Cuernavaca.

 

Esto no debería ser más que una de tantas ocurrencias que tienen cabida en la política mexicana, que como sabemos, alcanza matices dignos del Teatro del Absurdo. Pero la posibilidad existe. De contender, el otrora ídolo de las Águilas del América tendría amplias posibilidades de ganar. Ya pasó una vez, no hay razón para que no se repita.

 

El análisis de la actuación del Cuauh como alcalde no es el objetivo de este texto, y tampoco habría mucho que decir. Acostumbrado a ser el foco de atención, Blanco ha trascendido más por sus escándalos que por la calidad de sus políticas públicas. Más se ha hablado de por qué aceptó la postulación rumbo a la Presidencia Municipal –y si lo hizo a cambio de un generoso cheque–, que de su estrategia para mejorar la seguridad, si es que existe alguna. Sin embargo, vale la pena recordar e identificar qué llevó al ex futbolista a ganar la elección de 2015, y por qué la gente prefiere votar por un personaje popular y con pasta de ídolo, que por alguien que pudiera tener mayor preparación y experiencia en la administración pública.

 

Desde luego, la respuesta está en el desprestigio que la clase política en México se ha ganado a pulso. La corrupción que permea en todos los partidos registrados –y son varios– ha anulado la confianza del electorado. El arquetipo del político, de figura acartonada y anacrónica, perdería hoy cualquier elección. La política es motivo de desconfianza automática y los partidos lo tienen muy claro. Saben que deben utilizar una imagen cercana a la gente aunque no tenga idea de lo que significa sentarse en una silla de gobierno.

 

Incluso, las fuerzas políticas más arraigadas flexibilizan sus lineamientos para que el candidato más adecuado llegue a la boleta, o consideran la posibilidad de alianzas debido a que sus cuadros no dan para más. Hoy, la competitividad de un candidato se basa en una combinación de eficacia profesional y empatía popular. Me temo que, en diferentes niveles, lo segundo inclina la balanza.

 

Por eso, El Cuauh podría ser gobernador y en Morelos lo saben. Tanto, que los diputados locales buscaron frenarlo mediante una reforma a la Constitución del estado, que aumentaba el requisito de residencia en Morelos para ser gobernador, lo que fue desechado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

 

El PES ve, una vez más, una mina de oro en la candidatura de Blanco, si no por la victoria, simplemente por el refrendo de su registro y el acceso a las millonarias prerrogativas. Otra prueba más de la falta de representatividad de los partidos frente a la sociedad.

 

“Tienen muchísimo miedo, están temblando porque saben que puedo destapar todo lo que se han chingado”, dijo ayer el ex ídolo de Coapa, muy a su estilo. El lenguaje le ha dado resultado y lo podría llevar más lejos de lo que pensó. Pero además, podría abrir la puerta para que más personajes lleguen a cargos de un alto poder de decisión, e incluso cosechen menos que los políticos “de tradición”. Y eso ya es decir.

 

caem