Antes de los tiempos del libre comercio, la única manera de poder conseguir bienes importados era aventarse a ir de compras a Tepito en la Ciudad de México o al Penny Riel de Monterrey. Los más ricos se iban a fayuquear a La Paz, en Baja California Sur, o a Chetumal, en Quintana Roo.

 

Eran tiempos donde unos tenis Nike o un jabón Dove eran objetos de estatus, por no hablar de lo que implicaba que alguien tuviera una videocasetera VHS.

 

Hay la idea entre algunos que si el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, decide en uno de sus arranques sacar a su país del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), los mexicanos tendríamos que regresar a fayuquear para conseguir lo que hoy encontramos en el supermercado.

 

La verdad es que no. La apertura que tiene hoy México no depende de una decisión visceral del Presidente de Estados Unidos, pero sí podría frenarse si desde dentro a alguien se le ocurre que no es buena idea ser tan abiertos como el mundo.

 

Vamos, corremos más riesgos de cerrazón y carestía si en este país gobernara alguien que tome como modelo la revolución bolivariana de Venezuela o esos modelos trasnochados del peor populismo, a que si Trump hace un berrinche y se va del TLCAN.

 

Aquel México cerrado de los años 70 y 80 no fue producto de la negativa de los estadounidenses o de cualquier otro país por vender productos de México, sino porque los gobiernos populistas de aquellos años, ésos que hoy toma Morena como modelo de gobierno, decidieron que México podía producir sus propios productos y no depender del imperialismo.

 

El Estado se metió a la actividad empresarial, administró mal el país y los negocios, y todo tronó.

 

Así es que si se va Trump del TLCAN, de entrada hay otros 40 tratados de libre comercio vigentes que se potenciarían y que empezarían a ocupar los lugares que ciertamente dejarían los del Norte.

 

Además, aun con las reglas del TLCAN canceladas, quedan las obligatorias normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que contempla aranceles tan bajos que serían prácticamente imperceptibles con respecto a los precios actuales.

 

Y si Estados Unidos decide aplicar aranceles más altos a lo contemplado por las reglas de la OMC, se echaría al mundo encima y simplemente saldría perdiendo, por más que Donald Trump se sienta el mejor Presidente de la superpotencia mundial.

 

La cancelación del TLCAN no es, por supuesto, el mejor escenario posible, pero su final tampoco es una desgracia que nos regrese a Tepito a comprar jabones. Lo mejor es su modernización para que también los consumidores de los tres países accedamos a un mercado del que hoy estamos privados.

 

La inclusión del comercio electrónico con menos barreras implicaría que nuestros productos se podrán ir a Chicago como los mandamos a Puebla y que podamos importar artículos de consumo que hoy todavía, a pesar de la apertura, no tenemos disponibles.

 

caem