222 millones de euros son un dineral aunque no para todo: sí para el costo de un futbolista por espléndido que juegue y por alto potencial de mercadotecnia que se le intuya…, pero no tanto para una campaña de política internacional y reposicionamiento del país líder en PIB per cápita según el Fondo Monetario Internacional.

 

Dos semanas en las que Qatar al fin consiguió que su nombre dejara de utilizarse en el contexto de críticas por su apoyo a grupos terroristas, por el eventual retiro de la sede del Mundial 2022, por el trato esclavista a sus trabajadores inmigrantes, por las exigencias de cierre del canal Al-Jazeera, por la ruptura con todos sus vecinos y el consiguiente aislamiento. Dos semanas en las que se recordó su músculo económico. Dos semanas en las que sus viejos socios que amenazaban con alejarse o renunciar a hacer negocios, volvieron atraídos por el más fulminante magneto: los ceros de ese cheque. Dos semanas de recordatorio de su esplendidez y liquidez.

 

Neymar, sus goles, su plantón al Barcelona, su potencial en París Saint Germain, lucía como el tema, aunque visto bien, el mensaje era otro: Qatar, Qatar y más Qatar. Meses antes de que siquiera se antojara factible este traspaso, el especialista en Medio Oriente, James Dorsey, hablaba con El País sobre la estrategia futbolística qatarí: “Es marketing, pero no en el sentido comercial, sino en términos de reputación, de soft power. La diplomacia ha evolucionado, ya no es del Ministerio de Exteriores de un país al de otro. Ahora es pública, es cultural. El fútbol es una forma de llegar a toda una comunidad a la que, como país, nunca llegarías (…) Tiene un enfoque mucho más estratégico porque no es solo un tema de reputación, sino parte de su estrategia de seguridad y defensa. Es un país minúsculo, situado entre Arabia Saudí e Irán, que son amenazas potenciales”.

 

Consideremos que para asegurar los votos que le darían el Mundial 2022, el Emir incluso propició tratados comerciales de altísimo rango: venta de gas natural a precio muy bajo a Tailandia, desarrollo de infraestructura de energéticos en Paraguay, fuertes inversiones en yacimientos en Rusia. En el caso francés, ya he explicado antes que en la reunión del Palacio del Eliseo se le prometió al presidente Nicolás Sarkozy que el emirato compraría al PSG y abriría un canal deportivo para transmitir el fútbol francés (así nació BeIN Sports, hija de Al-Jazeera).

 

Visto lo que pudo costar un paquete de esas dimensiones, visto el impacto geopolítico que se persigue, han sido muy baratos tanto el patrocinio de la casaca barcelonista como los diversos fichajes del París Saint Germain. El académico Simon Chadwick explicaba a Bloomberg: “Qatar no se ha rendido, está peleando de vuelta y la firma de Neymar es parte de eso. Es una ofensiva en carisma, en concepto soft power, hay mucho de diplomacia internacional en esto”.

 

222 millones de euros por el traspaso y casi 600 en total por la operación: una locura tratándose de un futbolista, aunque no demasiado si lo que se ha comprado es legitimidad internacional, áreas de influencia, defensa frente a la hostilidad de los vecinos, tranquilidad ante los inversionistas, diplomacia al mayor de los niveles, maquillaje para un régimen.

 

A todo esto, en Emiratos Árabes Unidos se desbloqueó la semana pasada la primera de las señales censuradas de Al-Jazeera. Sí, fue la de BeIN Sports.

 

Twitter/albertolati

 

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