Igual pero peor, porque pasa el tiempo y seguimos en el mismo sitio, incluso detrás. Igual pero peor, porque ya no sabemos ni qué exigir, porque ya no sabemos ni qué esperar. Igual pero peor, porque la historia nos enseña que el cambio no resuelve nada, aunque el presente insiste con fuerza que es urgente una modificación. Igual pero peor, porque la encrucijada es fatal: echar a Osorio parece malo (otro proceso truncado, enésimo desperdicio de tiempo), continuar con él no parece mejor.

 

Dos años después del fin de la luna de miel con Miguel Herrera, cuatro años después del horrible 2013 que devoró a Chepo y como daño colateral a Vucetich, ocho años después del desastre de Eriksson, nueve años después de los dedos acusadores apuntados hacia Hugo Sánchez, once años después del alivio masivo al saberse que La Volpe no seguiría, quince años después del linchamiento público a Javier Aguirre que se repetiría, dieciséis años después de que Enrique Meza dijera “traigan a alguien mejor”: igual pero peor.

 

El asunto es que la selección mexicana ha sido dirigida en una década por tantos entrenadores (diez) como la alemana a lo largo de su centenaria historia; lapso en el que el Tricolor parece empecinado en amoldarse al período de la Revolución Mexicana, cuando era necesario leer la prensa para enterarse del nombre de quien desde ese amanecer encabezaba al Ejecutivo. Diez entrenadores, desde Hugo hasta Osorio, durante esos diez años en los que Joachim Löw se ha mantenido inmutable en su cargo. Diez, en lo que España y Francia han tenido a tres seleccionadores. Diez, en lo que Inglaterra ha sido escándalo nacional por sus cinco preparadores.

 

De ninguna forma planteo en este texto una defensa de Juan Carlos Osorio, que no la tiene: ni con la victoria en Columbus, ni con el tranquilo Hexagonal, ni con ese discurso tan desapegado de la realidad. No la tiene por sus incongruencias, por sus terquedades, por su desquiciante afán de hacerlo todo distinto y pensar que ve lo que nadie antes vio, por su renuencia a la autocrítica y a aprender. El verano comenzó mal por su fallida planeación y terminó peor con su fallida conducción (me cuesta llamar exitosa a una Confederaciones en la que se le ganó con problemas a dos selecciones por debajo del puesto 60; me cuesta hallar algo positivo, como no sea que al fin terminó, al naufragio de esta Copa Oro).

 

¿Y entonces qué sigue?, ¿cambio de timón?, ¿para qué? ¿Un técnico carismático, con discurso inspirador, que convenza en un par de partidos que todo es posible en Rusia 2018?, ¿que nos asegure que la calidad del fútbol mexicano es excelsa y nuestra generación de talentos vasta?, ¿que enfatice que eso de perder con Jamaica fue un accidente?, ¿que detalle que sufrir con estelares ante Nueva Zelanda y con once alternativo ante Curazao no refleja nuestro nivel? ¡¿Que clame que somos potencia?!

 

No nos engañemos: con o sin Osorio no lo somos, porque no hemos trabajado para serlo, porque cada vez estamos más lejos de quienes con todo merecimiento y proyecto lo han conseguido, porque llevamos lustros y lustros variando el rumbo de la embarcación, porque no sabemos ni a dónde vamos.

 

Igual pero peor: porque se apueste por el continuismo, porque se apueste por la ruptura, será desde el más autocomplaciente de los engaños, porque nada habremos remediado.

 

Igual pero peor, otra vez a meses de un Mundial.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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