Pocas, muy pocas cosas han quedado claras a partir de la jornada electoral del 4 de junio, pero de la maraña se desprende un concepto indiscutible que, si bien ya habíamos advertido, nunca se ha mostrado tan claro y vigente: el sistema no funciona. La forma en que elegimos a nuestras autoridades, gobernantes y supuestos representantes da más problemas que soluciones. Los comicios en México, en cualquiera de sus niveles, son caros, sucios, generan desconfianza y no otorgan la legitimidad necesaria a quienes son electos. Basta hacer un breve análisis de los resultados de la contienda más reciente para confirmar lo anterior.

 

 
De entrada, votar nos cuesta cada vez más. Unas cuantas operaciones matemáticas con datos proporcionados por el INE y los institutos estatales son suficientes para darnos cuenta de que cada voto es más caro que en elecciones anteriores. El 4 de junio se emitieron poco más de 11 millones de votos, si sumamos los procesos para elegir gobernador en el Estado de México, Coahuila, Nayarit y la renovación de alcaldías en Veracruz. El presupuesto que destinaron las autoridades electorales, tanto estatales como federal, sumó casi cinco mil millones de pesos. Con ello, podemos deducir que cada voto costó más de 450 pesos, mientras que en 2015, el valor de cada sufragio fue de 300 pesos. Es cierto, debemos contemplar que la participación ciudadana fue de 56% del padrón, es decir, poco más de la mitad de la gente que podía votar acudió a las urnas y ello encareció el sufragio, pero esto sólo es otro síntoma de la desconfianza de los ciudadanos ante los procesos, las instituciones y, por supuesto, los políticos. Las estrategias para incentivar el voto han sido poco exitosas.

 

 
Pero, además de caras, las elecciones son sucias. Las reformas a la ley electoral y los candados para prohibir prácticas de desaseo político han encarecido la democracia, pero no la han hecho más transparente. Las normas contemplan mayor vigilancia y un monitoreo más estricto, pero las denuncias por acciones tan añejas como acarreo, compra de votos y amedrentamiento -entre otras- aparecen en los expedientes. Tanto en el Estado de México como en Coahuila hubo serios cuestionamientos sobre la actuación de las autoridades electorales, los procesos de resultados preliminares y conteo rápido, y diversas fuerzas políticas han pedido que se anule la elección. Sólo en Nayarit se dio un resultado convincente al elegir gobernador. La mayoría de los procesos electorales en nuestro país solo abonan a la incertidumbre política, a pesar de que su objetivo es, justamente, brindar certeza.

 

 
Sin embargo, aún en los contados casos en que la conclusión es clara, resulta altamente improbable que el candidato electo llegue al poder con un respaldo social sólido y con la legitimidad que un líder necesita. Tantos partidos políticos -muchos de ellos vistos simplemente como un negocio- generan, naturalmente, más candidatos en una boleta, lo que diluye los porcentajes de apoyo y el ganador presume apenas el respaldo de una breve minoría. En simples palabras, la mayoría de los ciudadanos no votó por quien fue electo para gobernarlos.
Un año nos separa de la elección presidencial. No hay tiempo para generar los cambios que la inmadura democracia mexicana requiere, pero sería absurdo no aprender las lecciones que el carísimo “experimento” del 4 de junio nos dejó. Eso es lo único que queda claro.

 
¿Y la segunda vuelta?

 
Con todo esto, suenan de nuevo las voces que piden un debate serio sobre la incorporación de una segunda vuelta electoral para 2018. Académicos lo fomentan, los políticos le rehúyen. Lo cierto es que parece una herramienta sumamente valiosa para generar confianza, certidumbre y estabilidad, en tiempos sumamente complejos.

 
Para comentar…

 
Morena sólo baila con el PT, dice AMLO… Layín quedó tercero en la elección, aunque usted no lo crea… Humberto Moreira, candidato del Partido Joven, perdió y quedó sin fuero. ¿Irán por él?… Ni su cercanía con el Presidente salvó a Miranda Nava del regaño no sólo por el papelón de llegar con su credencial para votar vencida, sino por su limitado desempeño como operador electoral… Aquí nos leemos, sin muros.