Primero fue Madrid, luego, París; pero también Niza, Berlín, Copenhague, Bruselas y San Petersburgo. A Londres ya le habían atacado dos veces; a París, cinco. Ahora le ha tocado el turno a Estocolmo.
Si alguien en Europa pensaba que podría librarse del terrorismo yihadista, estaba equivocado. Ningún país, ninguna ciudad europea está a salvo. En realidad no lo están desde los atentados en Madrid, el famoso 11 de marzo. Europa se convirtió desde ese momento en objetivo del integrismo radical.
Y lo malo es que no van a descansar. Van a seguir atentando contra nuestra libertad y en nuestro territorio. Pero para llegar a la libertad nos costó muchos años, muchas guerras, mucha sangre. Y ¿para qué? La policía de media Europa está aconsejando no acudir a aglomeraciones. Ahora con las procesiones de Semana Santa, las fuerzas de seguridad del Estado español piden a la ciudadanía mucha prudencia.
Pero, ¿por qué tenemos que vigilar o sentirnos vigilados? ¿Por qué tenemos que observar o sentirnos observados? Es un retroceso, un drama, pero lamentablemente es así. A partir de ahora habrá que ser muy cautos.
Cada vez les resulta más difícil a los exaltados terroristas que promulgan la yihad, cometer un atentado convencional. Es más, ya no suele haber bombas o tiroteos de por medio. Todo ello gracias a las inteligencias europeas, a su cooperación y a su coordinación. Y no solamente las europeas. Esa coordinación pasa también por Marruecos –país clave en la lucha contra el terrorismo islamista-, por Israel, por muchos países de Medio Oriente y, por supuesto, por Estados Unidos. Toda esa coordinación e intercambio de información, además de que ya empezamos a conocer y controlar ese terrorismo que fue novedoso, está haciendo que cada vez se lo pongamos más difícil.
Sin embargo, el modo con que actúan los terroristas ahora es muy sencillo. Robar un camión o un carro, como el atentado de Londres, y atropellar mortalmente es muy sencillo. O aun más fácil; toman un cuchillo o un hacha –como ocurrió en Alemania- y por Alá asesinan sin piedad. Son los llamados lobos solitarios que actúan por su cuenta, pensando que tienen cuentas que saldar con Occidente y cuentan hasta tres, para atropellar y hacer la cuenta del número de muertos y heridos que cuentan para ir a reunirse con sus vírgenes en el paraíso que cuentan el tiempo que falta para que lleguen los cuentistas kamikazes.
Pero la solución para parar el terrorismo al DAESH no pasa por blindar las fronteras. No podemos seguir teniendo a dos millones de sirios tocando las puertas de Europa, mientras nadie las abre, aduciendo que por ahí pueden colarse terroristas.
La solución es sumamente compleja y lo es porque casi todos los terroristas que han atacado en Europa han nacido en el Viejo Continente. Son hijos o nietos de argelinos, uzbekos, marroquíes, tunecinos, pero con pasaporte de la Unión Europea. Ahí radica el problema, el que siendo europeos siguen unos preceptos con interpretaciones ligeras y libres del Corán, que se los inculcan algunos imanes ultras o que son captados por la red.
Aquí quiero hacer una matización y es que la inmensa mayoría de las personas que viven en Europa y procesan el islam es gente de bien. Una minoría marginal es la que está sacrificándonos y estigmatizando a los musulmanes europeos que hacen –con sus actos criminales- que esa buena gente sea señalada por el resto.
El enemigo no está en Siria, ni en Irak ni en los países del islam que recorre el inmenso Sahel que discurre por el desierto del Sahara. No, el enemigo está en casa, agazapado, escondido, esperando cualquier descuido para arrollar con un camión todo lo que encuentra a su paso como lo que acaba de ocurrir en Estocolmo.
La pregunta es: ¿cuántos Estocolmos más tendremos que vivir?