Rebobinar y volver a buscar en los semblantes; una y otra vez contemplar los rostros de esos once muchachos, casi todos con barba, cantando un himno que suena hueco ante ese estadio vacío en Malasia, en ese exilio a más de 7 mil kilómetros de Damasco.

 

Rebobinar y pensar lo que los ojos de esos futbolistas han visto, a lo que se han sobrepuesto, de lo que han tenido que despedirse y a lo que han debido resignarse.

 

Rebobinar y hurgar en la letras del himno sirio que tan apasionadamente entonan, antes de que ruede el balón: “Guardianes de la patria, sea la paz con ustedes (…) El aleteo de nuestras esperanzas y el latir de nuestros corazones, representados por la bandera que unió a nuestra tierra”. Paz, esperanza y unión en Siria, sólo como quimera, sólo en ese cantar, por hoy sólo en el futbol.

 

Rebobinar y detallar: el capitán Ahmad al-Saleh con ojos llorosos se muerde los labios; al delantero Omar Kharbin le cuesta concentrarse; el portero Ibrahim Alma luce ensimismado, acaso recordando a su colega, Al-Sarout, que se unió a la resistencia anti Bashar al-Asad, o a ese otro guardameta sirio, Fahd Saleh, reasentado como refugiado en Inglaterra.

 

Sobrevienen noventa minutos de desgaste, de más sudor que precisión, de pensar que la selección siria se despedirá ese día, en tan remota y ajena localía, del anhelo de Copa del Mundo.

 

Así será hasta tiempo de compensación, cuando llegue el primer balón al recién ingresado número diez, Firas al-Khatib. Dejamos en pausa el video, mientras al-Khatib cae en el área y el árbitro marca penalti. Lo dejamos en pausa, que vale la pena recordar quién es el muchacho que inició la jugada driblando a dos uzbekos y luego fue derribado tras una soberbia bicicleta.

 

Considerado el mejor jugador sirio de su generación, Firas nació en Oms, vibrante ciudad de la que hoy quedan ruinas; en 2012, desde su exilio en la liga de Kuwait, declaró que no volvería a portar el uniforme nacional hasta que el gobierno dejara de bombardear civiles; la respuesta oficial fue, como suele pasar, que se había convertido en terrorista, todo opositor estigmatizado como radical.

 

Por eso causó gran sorpresa que la última lista de convocados incluyera su nombre y, más aun, que el ofensivo acudiera.

 

Antes del penalti, el capitán al-Saleh lo besa en la frente. Firas, muy sereno y con una banda blanca atada a su brazo izquierdo, ofrece el cobro a Kharbin. El portero de Uzbekistán finge un problema muscular y la ansiedad eleva, mientras Kharbin contempla desde el punto penal cómo es atendido por los médicos.

 

Ejecuta el penal con una fina panenka que hace del festejo algo tan explosivo como risueño. Siria ha ganado un partido vital rumbo a Rusia 2018. A dos puntos de zona de calificación, a uno de repesca, le faltan cuatro partidos.

 

Su seleccionador llora en la conferencia de prensa. Su gobierno no tarda en trepar a ese carro de la victoria, y es que en el horizonte, todavía difuso y lejano, asoma un Mundial en Rusia, precisamente el país que más ha apoyado a este régimen; para bien y para mal; contra el Estado Islámico y contra todos los demás.

 

Twitter/albertolati

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