Sobre el escenario, 205 centímetros y 115 kilogramos de uno de los talentos más imponentes que el baloncesto haya disfrutado, hacían ver mínima a la candidata a persona más importante del mundo.

 

“La razón número uno por la que estoy aquí es por Hillary, por las cosas en las que ella cree. Quiero que ustedes entiendan, yo crecí en una localidad separada de la ciudad y entiendo la noción de salir a votar, y crecí en una de esas comunidades en las que pensábamos que nuestro voto no importaba, pero de verdad que sí importa. Tenemos que salir y asegurar que todos votemos. Tenemos que salir y comprender sobre lo que sucede y sobre lo que nuestro futuro encierra. Y esta mujer, que está aquí, ofrece el mejor de los futuros para nuestro mundo”.

 

No sólo hablaba el genio de la duela, el denominado Rey, el hombre que devolvió una corona a cualquier equipo deportivo de Cleveland tras más de medio siglo de sequía; lo hacía, sobre todo, el hijo prodigio, el que fue criado por una madre abandonada en la arruinada Akron (a unas cuantas decenas de kilómetros de donde el domingo hablaba), el que supo elegir el camino correcto por encima del de las adicciones o las pandillas, el que fue repudiado por marcharse a la glamurosa Miami (incluso con sus uniformes quemados) y que no se olvidó del origen, retornando a casa para hacer campeones a los Cavs, a sus vecinos, a los suyos.

 

En una coyuntura en la que Ohio se inclinaba hacia Donald Trump y cuando el voto afroamericano no parecía tan claro a favor de Hillary Clinton, pocos aliados más oportunos que LeBron James (como también, un par de días antes, otros dos símbolos para la comunidad negra, Beyoncé y Jay Z, en la misma Cleveland).

 

La realidad es que buena parte de la más progresista de las Ligas estadunidenses, la NBA, se ha aferrado a la candidata demócrata: leyendas como Magic Johnson y Karim Abdul, figuras máximas de la actualidad como Steph Curry y Carmelo Anthony, han suplicado que no se permita a Trump pisar la Casa Blanca.

 

Al tiempo, los apoyos deportivos al magnate republicano han llegado sobre todo desde el espectro más cercano al electorado blanco y de clase baja, que es la Nascar. Además, algunos jugadores de futbol americano, cuya postura pro Trump propiciaron notorias divisiones y recriminaciones con sus compañeros de equipo negros. El más sonado, Tom Brady, quien tras colocar una calcomanía de “Make America great again” en su casillero en las instalaciones de los Patriotas, prefirió moderar su respaldo y argumentó que comprende poco de política.

 

Si Hillary conquista Ohio, habrá sido en buena medida gracias a LeBron. Sensacional para quienes, como la abrumadora mayoría de los mexicanos, deseamos fuera a Trump a toda costa, aunque peligroso: ¿qué sucederá cuando alguien con ese peso apoye a quien nos parezca peligroso y desagradable?

 

Esto me lleva a la postura de los cracks de la Francia campeona del mundo (la mayoría descendientes de inmigrantes), cuando el extremista Jean-Marie Le Pen alcanzó la segunda vuelta de las elecciones en 2002. Zinedine Zidane declaraba: “Hay que pensar en las consecuencias que puede tener votar a un partido que no corresponde para nada con los valores de Francia. Hoy más que nunca tengo presente la Francia multicolor del Mundial”. A lo que el más culto y activista del equipo, Lilian Thuram, añadía: “Cuando la gente celebraba nuestras victorias, nos celebraban como franceses, no como negros o blancos. Sólo debo decir a Jean-Marie Le Pen que todo el equipo francés está orgulloso de serlo. Entonces que viva Francia, pero la real Francia, no la Francia que él quiere”.

 

Otro caso en el que el apoyo se inclinó hacia los derechos humanos y la tolerancia. Aunque en los Balcanes, en el mundo árabe, en varios sitios con sociedades polarizadas, algún ídolo deportivo opinó diferente y su apoyo resultó decisivo.

 

Peligroso, pero inevitable: porque si todos hemos sido siempre criaturas políticas, mayor es la posibilidad de serlo en un contexto de redes sociales y micrófonos por doquier.

 

Twitter/albertolati

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