Un Elefante Blanco justificado, aunque no por ello aquel estadio de Leipzig, millonariamente renovado para el Mundial 2006, dejaba de ser tal y parecer destinado a un poco claro uso.

 

Desde que a mediados del año 2000, Alemania había conseguido la sede para albergar el torneo, estaba clara su necesidad de incluir como subsede a una ciudad de la extinta República Democrática Alemana. Se trataba del primer gran evento en el país reunificado y Berlín no cumplía con ese patrón, al encontrarse su Estadio Olímpico en el antiguo lado occidental del Muro –de hecho, hubo partidos del Mundial de Alemania Federal 1974 en ese mismo escenario berlinés.

 

La opción obvia era la bellísima Dresden, con especial tradición futbolera en su club Dynamo; de origen vinculado a la policía secreta germano-oriental, la temible Stasi, aunque siendo uno de los dos cuadros de la RDA que se integraron a la Bundesliga tras la reunificación.

 

No obstante, la elección del Comité Organizador fue Leipzig: por haber sido vista como la ciudad obrera modelo, por su rol medular en la caída del Muro de Berlín (las manifestaciones pacíficas de los lunes con el grito Keine Gewalt! –¡Ninguna violencia!) y por la añejísima historia de su Zentralstadion que llegó a meter a más de cien mil aficionados en sus gradas.

 

Se decidió mantener el espartano cascarón del Zentralstadion y las diversas estatuas alusivas a la clase trabajadora, pero adentro se erigió un moderno escenario, donde, por cierto, México perdería en octavos de final a manos de Argentina.

 

Cerca de ahí, junto a las ruinas de lo que fue una inmensa fábrica y de un tranvía descolorido, podía verse un imponente anuncio: el capitán Michael Ballack, precisamente nacido en ese lado alemán, y la frase “¡El Mundial es nuestro!”.

 

Muy romántico todo, pero el Elefante Blanco era destino: en Leipzig actuaba un equipo que solía fluctuar entre Cuarta y Tercera División, el cual pronto decidió retornar a su vieja casa, con capacidad para cuatro mil espectadores.

 

Con ese abandono pasó el tiempo, hasta que en 2009 una multinacional decidió fundar un club en cuarta categoría. Para 2013 estaba en tercera; para 2015, en segunda y para este 2016, en plena Bundesliga; no sólo eso, sino que hoy, transcurridas nueve jornadas, el RB Leipzig es sublíder y se mantiene invicto.

 

Ese estadio que se veía todavía más colosal por la vieja fachada restaurada para rodearlo y sobre el caudal del río Elsterbrecken, esperó un buen rato para ser funcional. Casi tanto como la desaparecida RDA para figurar en la Bundesliga (apenas cuatro de sus equipos han estado en esa máxima división) o como para los futbolistas germano-orientales a fin de destacar en el conjunto nacional (de los 23 campeones del mundo en Brasil 2014, sólo Toni Kroos nació en la RDA).

 

La historia es rara: por largos lapsos se obstina en ir lento, aunque súbitamente acelera. Imposible sospechar que para este 2016, Leipzig y ese escenario iban a tener a un conjunto en posiciones de calificar a Champions League.

 

Visto su nivel de juego, la profundidad del proyecto y el respaldo económico de su directiva, no sería raro que un nuevo contendiente haya emergido en el rincón más olvidado del país.

 

La Leipzig que inspiró a Johann Sebastian Bach, al fin inspira hoy a un once de ese lado del Muro tan ignorado por el balón: el Elefante, ese estadio sin utilidad, se mueve.

 

Twitter/albertolati

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