Ni el oportunismo extrasensorial de Gerd Müller, ni la potencia depredadora de Ronaldo Nazario, ni muy remotamente el impacto sobre el juego de Pelé, ni siquiera unas estadísticas totales que le permitan ser recordado como parte de la élite goleadora de este deporte.

 

Como sea, Miroslav Klose, quien este martes se ha retirado oficialmente del futbol, estuvo hecho como pocos para jugar Copas del Mundo.

 

Por poner un paralelo con otros máximos anotadores en la historia de los Mundiales: Müller se jubiló con más de 700 goles, Ronaldo lo hizo con casi 500 y Pelé con más de mil, al tiempo que Klose se va apenas rebasando los 300; más curioso todavía, que una cuarta parte de ellos los consiguió vestido con el uniforme de la selección alemana.

 

Lo anterior podría llevar a muchos a pensar en casualidad, concepto absurdo si se considera el gran récord que Miro se lleva: nada menos que ser el máximo anotador en los Mundiales de FIFA; casualidad o mera suerte sería marcharse de un Mundial con un racimo de goles; hacerlo de cuatro consecutivos, es simplemente talento, tenacidad, saber explotar en los momentos cumbre.

 

Con este artillero también se retira uno de los fundamentos de la selección alemana posterior a la reunificación: la múltiple procedencia de sus estrellas, el sacar provecho de lo que cada grupo étnico pueda aportar al colectivo, el refrescar a un futbol que se había hecho predecible con la contribución de otras maneras de vivir y jugar –de hecho, y visto lo sucedido en el último año, si el modelo multicultural ha triunfado en algo en Europa Occidental, eso ha sido acaso sólo con balón de por medio.

 

Klose nació en Polonia en una familia de Aussiedler, es decir, personas de ascendencia alemana que por las modificaciones hechas al mapa europeo, de pronto cambiaron de país. Cuando el Tratado de Yalta, posterior a la Segunda Guerra Mundial, atribuyó ese territorio a jurisdicción polaca y ya no germana, sus abuelos se convirtieron en polacos. De hecho, Miroslav llegó a los ocho años a territorio teutón hablando sólo un par de palabras alemanas.

 

Para comprender lo diferente que era la selección que se preparaba para el Mundial 2002, basta con decir que Klose, incluso habiendo nacido en el extranjero por tamaña carambola, era visto como naturalizado. Doce años después, cuando siendo campeón en Brasil 2014 se retiró de la Mannschaft, hasta la mitad del plantel alemán ya estaba conformada por elementos descendientes de inmigrantes.

 

Tipo ejemplar, tan grande como su legado de 16 goles mundialistas lo son sus lecciones de honestidad. En 2005, con Werder Bremen, rechazó la marcación de un penal, explicando al árbitro que no le habían cometido falta; ya consagrado, en 2012 con la Lazio italiana, anotó con la mano y cuando el tanto se había acreditado, pidió al silbante que modificara su decisión.

 

Difícilmente habrá listado que ubique a Klose siquiera entre los 30 mejores delanteros en la historia. Ahí radica, en especial, su mérito: que sin serlo, se sublimó al máximo en ese mes estelar de cada cuatrienio que es el Mundial.

 

Algunos preferirían tener ese récord en manos de un predestinado como Ronaldo. Francamente, me gusta más que lo tenga alguien cuya principal virtud fue la perseverancia. Eso, y claro está, el fairplay.

 

Twitter/albertolati

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