La predicción de elecciones y sus discutidas encuestas se parecen cada vez más a los pronósticos deportivos; por poderoso y favorito que luzca un equipo, por superiores que se lean sus estadísticas, no puede existir ninguna garantía de que se consumará su victoria; más bien, los ganadores de quinielas no suelen ser los más entendidos en la materia.

 

Digo lo anterior, retomando un texto publicado el domingo en la mañana por uno de los más respetados analistas de comicios electorales en Estados Unidos, Nate Silver: que en ese momento, justo cuando Chicago se había ido abajo 1-3 en la Serie Mundial, sus posibilidades de ser campeones eran menores que las de Donald Trump de convertirse en Presidente (tal cálculo ya incluía el eventual daño que pudiera sufrir Hillary Clinton tras la reapertura de su caso por parte del FBI).

 

Un día después, visto que los Cachorros se impusieron a los Indios en el quinto de la serie, Silver modificó el rango de probabilidades y explicó que sus perspectivas de título ahora eran idénticas a las de Trump en referencia a la Casa Blanca; o sea, 24%.

 

A todo esto, antes de iniciar la Serie Mundial (y de emerger tan inoportunamente el FBI), Silver fijaba las opciones de triunfo así: Chicago (63%) y Cleveland (37%); Hillary (86%) y Trump (14%).

 

Pocos tópicos tan repetidos y aburridos como aquél de que los partidos están para jugarse, pero es una realidad. O, en voz del legendario seleccionador alemán Sepp Herberger, “la pelota es redonda, el partido dura noventa minutos y todo lo demás es teoría”, frase que en este año de Brexit y de Leicester campeón luce tan adecuada para el extraño mundo de las predicciones políticas como del deporte.

 

De grandísimas sorpresas está hecho octubre en Estados Unidos: el mes climático y decisivo del llamado American pastime, el beisbol. No tanto, ese octubre cuatrianual que antecede por unos días a las elecciones estadunidenses. Hasta ahora, con el deporte solemos estar más o menos preparados para que acontezca lo impensable, porque ésa es su naturaleza misma; ni el dinero invertido, ni el potencial mostrado, ni los antecedentes ni las más estrictas leyes de la lógica terminan siempre por contar.

 

Hay días malos, circunstancias, clima, lesiones, motivaciones personales, cortocircuitos grupales que nos permiten asimilar que lo imposible no es tal, sino apenas improbable. Así, precisamente y por mucho que los mexicanos quisiéramos ya ver zanjado ese tema con Trump como perdedor, las elecciones.

 

Otro triunfo de Cachorros este martes y muy posiblemente Nate Silver otorgará cifras de paridad a las dos novenas, por no decir que dé ventaja para Chicago, asumiendo el golpe moral de haber empatado. Otro incidente de convulsión en el camino electoral (para cualquiera de los dos actores: mails, Rusia, mujeres acosadas, grabaciones almacenadas) y acaso hablaremos de lo mismo.

 

Por numerosas décadas, acaso desde que la encuesta y la probabilística existen, la política se supo a salvo de ese frenesí de lo impronosticable que es el deporte. Hoy no más y por ello sólo queda esperar el grito de play ball del martes 8 de noviembre y que factores como apatía o desinterés, poco vinculables a las finales deportivas, no sean los jugadores definitivos.

 

Twitter/albertolati

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