Quien ve a diario noticias de barbarie, muerte, desolación, difícilmente se convencerá de que apenas unas décadas atrás, el mundo se encontraba en un estado más convulso y con mayor derramamiento de sangre. A pesar de ello, la referencia del pasado no puede contentar a nadie con la actualidad, máxime si disponemos de medios para estar tan enterados de lo que sucede en cualquier sitio.

 

Saco ese ejemplo a colación pensando en unas declaraciones del titular de la Federación Internacional de Atletismo, Lord Sebastian Coe, al diario español El País:

 

“Hace treinta años había muy pocos controles. Era una lucha de todos contra todos. Créame, esto es mucho más seguro (…) Si habla con cualquier atleta de mi época que tenga la suficiente apertura como para contestarle como lo estoy haciendo yo con usted, le dirá que el sistema es ahora mucho más seguro y creo que hay, probablemente, en comparación, menos dopaje”.

 

Palabras difíciles de asimilar en esta precisa coyuntura: cuando no sólo se detectó un esquema de dopaje de Estado en Rusia, sino que, además, un grupo de hackers nos han permitido conocer la inmensa cantidad de deportistas de máxima élite con permisos excepcionales para ingerir medicamentos prohibidos –por asma, por procesos de rehabilitación de lesiones, por trastorno de déficit de atención e hiperactividad, por problemas de aclimatación a la altura.

 

Sin duda, el deporte se mantiene demasiado sucio y hay argumentos para continuar dudando, pero Coe ha dado en el clavo: más allá de la aparición de Bradley Wiggins y Chris Froome en las listas hackeadas, hoy el ciclismo está indiscutiblemente más sano que en los horripilantes noventa y primeros dosmiles; el beisbol fortaleció en 2003 sus controles para detectar consumo de esteroides anabólicos e incluso se atreve a diferenciar ciertos récords conquistados bajo la etapa de permisividad o impunidad; la NFL al fin aprobó análisis para descubrir la presencia de Hormona de Crecimiento Humano; el futbol fue la última disciplina en someterse a la jurisdicción de la WADA, pero desde 10 años atrás así ha sido. A todo lo anterior, añadir la reciente implementación del pasaporte biológico: mecanismo que permite relacionar distintos índices en la sangre de un atleta, con los exhibidos un tiempo antes.

 

Atrás ha quedado un escándalo estadunidense que llegó, entre otros, a la multimedallista Marion Jones, así como antes una Guerra Fría que convertía al cuerpo de los atletas en todo un campo de batalla; consecuencia de esto último fue que atletas femeninas de la extinta Alemania Democrática terminaran por cambiar de sexo, ante las salvajes cifras de hormonas suministradas.

 

Que hoy sigamos sin argumentos para creer del todo en el deporte no significa, de ninguna forma, que estemos peor que ayer: en esta guerra que integra a laboratorios, regímenes y obsesiones de éxito económico, se ha avanzado; aunque cueste creerlo, Lord Coe no miente: el pasado en términos de dopaje, como también en cuestionas bélicas, fue peor que el presente. ¿Mal de antes, complejo actual? Hagan de cuenta, porque tampoco estamos como para echar cohetes.

 

Twitter/albertolati

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