Hubo Copas África que sirvieron como punto culminante en la unión de un país; pensemos en la de 1996 en Sudáfrica, cuando la caída del apartheid era reciente y Nelson Mandela aprovechaba el deporte para amalgamar lo fracturado por décadas de odio, racismo, segregación, rencor.

 

O, mucho más atrás, la de 1962 en Etiopía: justo cuando el emperador Haile Selassie se había sobrepuesto a un Golpe de Estado (eso retrasó el inicio) y logró lanzar su Organización por la Unidad Africana mediante este torneo continental. Ahí, por cierto, toda una epopeya: el héroe etíope en la final, Mengitsu Worku, era hijo de un patriota fallecido en la invasión italiana unos años antes; por ello su famosa frase, “mi padre murió defendiendo al país, así que no me podía quejar de llevarme un ojo morado por Etiopía”.

 

Algo similar en 1963, cuando la Ghana de Kwame Nkrumah aspiraba a convertirse en el modelo de orgullo post-colonial y sus apodadas Estrellas Negras se coronaron, con él, amante del futbol como pocos estadistas en la historia, entregando el trofeo.

 

Tres armoniosos precedentes en medio de un reguero de casos que fueron todo lo contrario; por ejemplo, la edición de 2010 en Angola, con el ataque armado a la selección de Togo, propiciado por la terquedad de hacer partidos en la región de Cabinda con afanes separatistas y una especie de guerrilla…, o tal como pinta la inminente Copa África de Naciones de Gabón 2017.

 

Leo un interesantísimo texto de Jonathan Wilson en The Guardian, previo al sorteo de grupos a efectuarse este viernes, donde incluso pone en duda que el evento pueda realizarse en ese país del oeste africano. Los combates no cesan a un par de meses de la discutida reelección del presidente Ali Bongo; contexto por demás polarizado tras casi cincuenta años de una misma familia en el poder, con su padre, Omar Bongo, como dictador desde 1967 hasta su muerte en 2009, cuando Ali lo relevó.

 

En redes sociales circulan imágenes y mensajes con el eslogan “No al futbol sobre la sangre gabonesa” y el juego de palabras de CAN (siglas de Copa Africana de Naciones) con el inglés can not de “no se puede”. El resultado, incluso en una tierra con limitada libertad de expresión, es una de las campañas más resonadas en contra de recibir un certamen deportivo.

 

Nada extraño si consideramos que el anfitrión en 2015 fue Guinea Ecuatorial, donde Teodoro Obiang ha sido represivo dueño del gobierno desde 1979. A nadie sorprendieron, por ende, las escandalosas ayudas arbitrales a la selección local (incluso hubo suspensiones de árbitros tras la competición) o que se disputara una semifinal en medio de gases lacrimógenos y una lluvia de piedras a la cancha.

 

Fórmula evidente: a menor democracia, mayor posibilidad de ser sede. Si ya apareció como organizador Angola, con su presidente José Eduardo Dos Santos en funciones desde 1979, así como Guinea Ecuatorial con Obiang, ahora toca turno a Gabón en el momento más tenso de la dinastía de medio siglo de los Bongo. ¿En quién pensaría usted como el siguiente anfitrión? Basta con ver una lista de los mandatarios africanos de mayor duración, para acertar: sí, el Camerún que Paul Biya ha gobernado desde 1975 (el mismo Biya que, para acudir a la final del torneo local, ha llegado a exigir que se dispute con gradas vacías, a salvo de amenazas o protestas).

 

Visto lo anterior, y a la espera del sorteo del viernes en Gabón, podemos pensar como sede eventual en el Zimbabue de Robert Mugabe. A la luz de como deciden directivos africanos, méritos no le faltan.

 

Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.