No hay más poderoso síntoma de deshielo que notar, tan repentinamente, la poca relevancia que se otorgó a un partido de denominación contundente y con apenas precedente: amistoso, como el que jugaron las selecciones de Cuba y Estados Unidos, el viernes en La Habana.

 

Por algo más de medio siglo, nada amistoso pudo ser entre esos vecinos y sus paranoias, entre sus ideologías y sus politiquerías, entre la cultura cubana que lo basaba todo en la amenaza yanqui y la política estadounidense que priorizaba el sabotaje a la isla.

 

 

Recurro a un párrafo de la sensacional escritora Wendy Guerra, justo cuando

Barack Obama visitaba Cuba a fines de 2014: “No hubo un solo discurso en el que no se les mentara o citara. No hubo una sola “tarea” donde el incentivo no fuera vencerles; y es que nadie ignora que los americanos son nuestra obsesión. Hoy, poco a poquito el enemigo va dejando de estar a noventa millas de la patria. La isla a flote se acerca y ellos navegan con nosotros en una rara deriva que ha iniciado ayer. ¿A dónde vamos? No lo sabemos.”.

 

 

A la visita de Obama siguieron eventos de la NBA (Shaq O´Neal declaraba: “quiero agradecer al presidente por reabrir esta puerta”), algunos más de futbol (ahí jugó el New York Cosmos con el gran Raúl), y, por supuesto, el deporte más relevante en esta relación: el béisbol –ya por influencia y geopolítica estadounidense, ya por el similar Batos jugado ancestralmente por los nativos habaneros.

 

Bajo el letrero de “El deporte es la conquista de la revolución”, el propio Obama acompañó a Raúl Castro al Estadio Latinoamericano de La Habana para otro amistoso más, éste entre un representativo local y las ligamayoristas Mantarrayas de Tampa Bay (a propósito del tema hoy en boga: también acudieron autoridades del gobierno colombiano y el líder de las FARC, Rodigo Londoño Timochenko). Ese día, Obama se refirió a los más de cien cubanos que pasaron por Grandes Ligas, aunque no hizo falta recordar que, a costa de ese imperdonable affaire con el enemigo, todos terminaron perseguidos y vetados en su país.

 

En lo meramente futbolístico, hubo un solo cotejo amistoso entre estos representativos y se dio en el lejano 1947, cuando Cuba estaba consolidada como idílico rincón de recreo (y, especie de Vegas, sin recuerdo) para el norteamericano que pudiera y quisiera; testimonio de la época son casonas, ritmos, bebidas, vetustos automóviles y toda una narrativa vintage.

 

Lo que más puede llamar la atención del encuentro del viernes, ganado por Estados Unidos 2-0, son las crónicas con alusiones relativamente escasas a la historia que ha separado a las dos naciones. Reportes previos enlistando puntos fuertes de cada plantel; especialistas explicando la relevancia de esta puesta en escena para las dos selecciones, sobre todo para la USMNT de cara al Hexagonal; reportajes sobre el exponencial desarrollo del futbol en Cuba; estadísticas que retomaban los choques previos (entre los equipos: ni misiles, ni embargos, ni Guantánamos)…, y unas cuantas referencias al dilatado conflicto.

 

Esa es la mejor señal: que tan súbitamente Cuba recibiera en La Habana a Estados Unidos, que se atrevieran a llamar amistoso a su duelo deportivo y que el futbol acaparara la conversación. A tantas décadas de congelación, tan veloz deshielo.

 

Twitter/albertolati

 

 

 

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