Un té a la menta casi hirviendo, me aclara la garganta del frío del barrio de Molenbeek, en pleno centro de Bruselas.

 

Estoy sentado en un café en el corazón de Europa, a un costado de Gran Place, colindando con el barrio de Molenbeek.

 

Si no hubiese leído sobre esta barriada, pensaría que se trata de otro fraccionamiento de esta bella ciudad. Sin embargo, bajo las paredes de algunas de sus casas se encierra un mundo más oscuro de lo que uno se puede imaginar.

 

En Molenbeek conviven 100.000 vecinos; pero no todos están censados. Es un aproximado. Así me dice la Burgomaestre, una especie de Presidenta Municipal de la comunidad de Molenbeek que me recibe en un elegante edificio de finales del siglo XVIII.

 

Esta señora alta, con la elegancia de la edad, me recuerda que Molenbeek es el segundo barrio más pobre de todo Bélgica. Hay un 40% de desempleo joven, me recalca con ojos de cierta desesperación a pesar de todos los esfuerzos de integración que se lleva a cabo en las organizaciones que dependen de ella.

 

Françoise Sghepmans, máxima autoridad del barrio de Molenbeek, me insiste que aquí conviven más de 100 nacionalidades entremezcladas, la gran mayoría de origen magrebí. También me recalca que muchas familias están hacinadas. Y todo me lo cuenta seria, preocupada, como si esa responsabilidad recayera sobre sus espaldas. Y no es para menos. De aquí, de Molenbeek, han salido varios terroristas yihadistas para matar en nombre de Alá.

 

Toda esta mezcla de razas, de jóvenes sin empleo ni porvenir, de hijos de inmigrantes musulmanes, sin recursos, con un futuro incierto, sin nada que hacer, sin perder o ganar, representan el caldo de cultivo perfecto para los imanes de las, nada menos que veintiun mezquitas que se encuentran disgregadas en Molenbeek. Esas son las oficiales. El jefe de la policía del barrio, un hombre fuerte de mirada seria asevera que hay más de 50 porque muchos procesan el Islam en garajes reconvertidos en improvisadas mezquitas.

 

Algunos de estos imanes, les hablan de cómo Occidente y su averno están acabando con el Islam.

 

Por eso, desde aquí, un número cada vez mayor de jóvenes se han marchado al grito de “Dios es Grande” a Siria. No en vano Bélgica es el tercer país de donde más occidentales han partido hacia la Siria de Bachar Al-Assad.

 

En este perfecto coctel molotov tampoco podemos olvidar cómo hoy Molenbeek es un foco yihadista muy relevante en Europa, tal vez el más importante. Es un reducto de paso perfecto para los terroristas que luchan en la Yihad.

 

Mohamed Atta, uno de los terroristas que volaron las Torres Gemelas, pasó por aquí. También lo hicieron los marroquíes Hassan El Haski y los hermanos Mimoum y Youssef Balhadj cerebros de los atentados de los trenes de Atocha en Madrid en Marzo del 2001.

 

También vivió en este barrio Amedí Coulibaly autor de los atentados en un hipermercado judío en París.

 

Y finalmente todos los terroristas que acabaron con la vida de más de 200 personas en los atentados de París y Bruselas. Todos ellos tenían como centro de operaciones este barrio que más parece residencial y elegante que depauperado y deprimido.

 

Mientras sigo tomando mi té a la menta, escucho que se habla en árabe y me siento como en casa. Reconozco mi cercanía y simpatía al mundo del Islam. Sin embargo, entiendo que, parte de la ciudadanía pueda sentir, al menos resquemor.

 

Pagan justos por pecadores, sobre todo los 100.000 vecinos de este barrio aparentemente tranquilo que sin embargo representa un avispero yihadista en pleno corazón de Europa.