Habla mucho y muy mal del futbol mexicano, que el reciclaje de directores técnicos se mantenga a tal proporción, que aparezcan tan pocos nombres nuevos, que se recurra cíclicamente a los mismos.

 

Habla mal, sobre todo, cuando ya se conoce a la perfección lo que suelen aportar: ganar unos cuantos juegos, calificar a la Liguilla, con algo de suerte algún título eventual o de lo contrario una pronta salida, pasar momentáneamente al paro y esperar a que esa generosa rueda de la fortuna vuelva a bajar para devolverlos a otro club.

 

En ese sentido, el América ha hecho esta vez lo que el Cruz Azul viene haciendo desde hace un buen rato y lo que Chivas hizo con frecuencia hasta antes de buscar algo distinto en Matías Almeyda: apegarse a la más tradicional y rancia baraja de entrenadores del futbol mexicano.

 

El simple hecho de haber manejado como opciones águilas a Ricardo La Volpe, Manuel Lapuente, Carlos Reinoso y Rubén Omar Romano, evidencia esa noción: si sumamos los años que tienen los cuatro de haber debutado como estrategas, llegamos nada menos que a 124.

 

Al margen de lo anterior, este América vive en un momento tan coyuntural como su centenario, la mala suerte de por primera vez en un rato y bajo la presidencia deportiva de Ricardo Peláez, ser discutido y padecer una notable ruptura con sus gradas. En una liga en la que los grandes lo son por convocatoria, las Águilas lograron ser de verdad grandes en los últimos torneos: pelear el título constantemente, aspirar a todo, habituarse a levantar trofeos. Por ello, en pleno aniversario cien, la exigencia es eso, más una alta simbiosis con quien los dirija, recordando la profundidad del vínculo con Miguel Herrera y Antonio Mohamed.

 

Eso último es algo que no tiende a suceder con La Volpe. No con sus formas, no con sus poses, no con sus antecedentes, no con sus ninguneos. La gran ventaja que aporta el pescar en un río tan conocido es que se conoce muy bien la condición de lo que se obtendrá…, y Ricardo Antonio no va a cambiar.

 

Otro tema que atormenta al América es iniciar un proceso que fácilmente podría concluir en diciembre. Para entonces se verá si se convence al idealizado Herrera de regresar o si se emprende una etapa realmente revolucionaria, con alguien ajeno a tan endogámica familia como lo es esta liga (dimensionemos esta endogamia que haría desconocerse a los reyes europeos: no es sólo la segunda vez de La Volpe en Coapa; a Chivas ya fue dos veces; a Atlante, tres; a Atlas, otras dos).

 

La unión del americanismo sólo brotará con resultados, pero Ricardo La Volpe, breve y desafortunado inquilino de ese banquillo hace un par de décadas, se presenta bajo más dudas que ilusiones, con más dedos listos para señalarlo que altas expectativas, con más sensaciones de salir del apuro que de abrir un genuino proyecto.
En el fondo, tampoco es que al América le quedaran demasiadas opciones: las que hay en esta liga y las que iban a aceptar un contrato tan corto.

 
Twitter/albertolati

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