Así como una democracia necesita de oposición y repartición de poderes, la gestión del futbol requiere de un notable contrapeso entre sus dos sillas más relevantes: por un lado la ocupada por el presidente de la FIFA, por el otro la que corresponde al presidente de la UEFA.

 

Durante los años de mayor totalitarismo de Joao Havelange y Joseph Blatter, el sueco Lennart Johansson, por entonces titular de UEFA, ejerció a cabalidad ese rol. Por supuesto, que a proporciones limitadas por el esquema tan hermético que se había consolidado en la FIFA, pero al menos con estatura moral como para plantear exigencias y abrir debates.

 

Eso terminó cuando, ya muy veterano y desgastado, Michel Platini lo derrotó en las elecciones de inicios de 2007. Ahora cuesta recordarlo, toda vez que Platini se convertiría en jurado enemigo de Blatter e incluso intentaría en cierto punto asaltar su puesto, pero al llegar a lo alto de la UEFA, el ex jugador francés lo hizo como aliado y protegido de Sepp.

 

Así que desde entonces ha estado trastocado ese orden político del balón, al que me he referido de entrada en este texto.

 

Por ello fue tan relevante en las elecciones, que dejaron como presidente de la UEFA al poco conocido Aleksander Ceferin, la noción de si Gianni Infantino estaba detrás de su candidatura: porque, de ser así y no es aún descartable, el futbol regresará a un esquema monolítico.

 

El abogado esloveno se impuso, sobre todo, porque logró convencer a las federaciones más pequeñas de que tendrán buena consideración bajo su mandato. Eso alude a mantener las Eurocopas de 24 Selecciones (moción que viene de Platini y, por ende, de Infantino), pero también al replanteamiento de la Liga de Campeones. Esto último es asunto escabroso cuando crece la voluntad de algunos equipos grandes de formar su propio certamen continental independiente.

 

Haya cofradía o no entre Infantino y Ceferin, la realidad es que sus respectivas elecciones marcan algo más que una tendencia: los nuevos burócratas del balón son abogados, menores de 50 años y surgieron del total anonimato. Ni viejos administradores deportivos (en ese renglón embonaba el rival de Ceferin, el holandés Michel van Praag, 30 años de experiencia y casi 70 de edad), ni ex jugadores reconvertidos en dirigentes, como el ejemplo de Platini hacía presagiar que en adelante ya sería.

 

Otra coincidencia, mucho más relevante que las anteriores: que sus respectivas posturas son de transparencia y progresismo, pero no han tardado en acomodarse al viejo sistema. Infantino, al proteger desde su campaña presidencial a Qatar 2022; Ceferin, en lo que se intuye como un gran vínculo con Rusia que tiene a salvo el Mundial 2018.

 

Con filtraciones, descontentos y antecedentes recientes tan severos, como el procesamiento de Blatter y Platini, Ceferin tendrá que ir con cuidado. Quizá la primera de sus metas, en beneficio propio y del deporte, sea lograr proyectar a una UEFA realmente independiente de FIFA y crítica cuando sea necesario.

 

Y es que sin eso, la gestión del futbol en automático pierde sentido; lo pierde, como una democracia sin oposición ni repartición.

 

Twitter/albertolati

 

 

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