Empecemos por reiterar que ir a una selección es, más que una obligación, un privilegio, y que como tal depende de quien ha de vivirlo si lo ejerce o rechaza.

 

Dicho lo anterior, sigamos por pedir coherencia y asumir responsabilidades: que aquel que en cierto punto prefirió no estar, ha de entender que esa negativa llegará a pesarle para siempre; sea que desee volver, sea que mantenga su postura, la afición tiende a tener dificultades para olvidar si alguien alguna vez se declaró indispuesto para el uniforme nacional.

 

Valga el anterior preámbulo para referirnos al caso de Carlos Vela, quien este miércoles ha manifestado su renacida voluntad de retornar al representativo mexicano. Uno de los mayores talentos que han surgido en nuestro país en las últimas décadas, su proyecto futbolístico no puede ser visto más que como algo tristemente inacabado o no consumado (al menos, hasta este momento, cuando tiene 27 años y lleva siendo reconocido al menos desde los 16 con el título mundial en Perú 2005). A un jugador que deslumbro en plena adolescencia a Arsene Wenger, que llegó a ser considerado en 2013 y 2014 de lo mejor de la liga española incluso mencionado sólo detrás de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, que dio señas de estar muy lejos de la capacidad del resto de sus compatriotas, no se le puede exigir más que excelencia; eso ha pretendido no sólo la afición mexicana, sino primero que nadie su club, la Real Sociedad, que ya durante la última temporada debió castigarle por su falta de compromiso.

 

Ahora, cuando el Tri pasa por su enésima crisis de los últimos años, el delantero habla de volver. No dudo que tiene mucho que aportar y que, aun en momentos de baja contundencia, sería un convocado seguro; el asunto es si el conjunto mexicano, con tantos problemas a cuestas (dudas, críticas, peticiones de salida del seleccionador, confrontación con los aficionados, el 7-0 que no se deja atrás), necesita echarse encima una crisis más con ese llamado. Y me queda claro que no.

 

Incluir en el plantel a Vela es, desde su primera negativa, un tema delicado. Y hoy no parece ofrecer en la cancha suficientes argumentos que lo compensen, así como el Vela de 2013 los ofrecía y de sobra (por alinear a ese Vela, hubiese valido la pena luchar muchísimo).

 

Inicia en España una nueva temporada en la que a cada cotejo de la Real Sociedad buscaremos en él lo que sabemos que tiene, resignados a que es bastante factible que no lo encontremos: su inteligencia, su olfato, su técnica, su conducción, sus condiciones con y sin balón, se han ido diluyendo en algún lugar de su indiferencia. Quizá en esta nueva oportunidad retornen.

 

Como sea, en esta coyuntura de una selección nacional que no se logra explicar a sí misma, lo menos necesario es un jugador que tampoco terminamos por saber quién es o si desea estar.

 

Por eso, sus palabras de este miércoles han de recibirse con un “no gracias”. No, al menos, ahora; no con el Hexagonal por empezar a Columbus.

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