La codicia de buena parte de los dirigentes deportivos se puede entender a través de este incidente: que el presidente de los Comité Olímpicos Europeos haya sido arrestado por reventa ilegal de boletos de estos Juegos, resulta no sólo absurdo, sino insultante.

 

Sí, el caso de una autoridad cometiendo en primera persona precisamente uno de los crímenes que, en teoría, habría de erradicar, pues lastima directamente al aficionado. Sí, el líder que habla en los discursos de simbolismos olímpicos, de legado, de poner al deporte al servicio del bien común, pero que por lo bajo lucra al despachar boletaje de precio multiplicado. Sí, la persona que encabeza a los comités que más hablan de ética y transparencia (o sea, los europeos), termina personificando la vileza que rodea a estos mega-eventos en los despachos, en las suites de los mejores hoteles, en las reuniones con olor a habano y coñac, que es donde realmente se decide.

 

De Patrick Hickey sabemos, más allá de que ayer fue arrestado en Río de Janeiro y de que ocupaba el máximo escalafón del olimpismo europeo, que inició como protegido del ex presidente del COI, Michael Morris Lord Killanin, y que su gestión ha sido mantenida bajo crítica por su complacencia ante la injerencia deportiva de dictadores como el de Bielorrusia.

 

Brasil ha sido señalado, y no con poca razón, por sus problemas organizativos, por sus demoras, por sus desastres logísticos, por su fragilidad política. Lo que no se puede dejar de aplaudir al país anfitrión de estos Juegos, es su capacidad para tener órganos autónomos que verdaderamente llevan al límite sus investigaciones.

 

Si hace unos meses se demostró que hasta la entonces presidenta Dilma Rousseff o el ex presidente Lula da Silva podían ser procesados e indagados, ahora queda claro algo que no estoy tan seguro que habría sucedido en muchos sitios más, tan plegados a lo que FIFA o COI imponen: arrestar a uno de los más altos cargos olímpicos y no vacilar al llevar el caso hasta su última consecuencia.

 

La impunidad ya no puede ser tan descaradamente violentada. Resulta chocante que los pueblos se endeuden para albergar unos Juegos e hipotequen su futuro, al tiempo que un dirigente que recibe 900 dólares diarios de viáticos (calculen 20 mil dólares por toda su estancia olímpica), se aventura a un crimen doble: primero, apropiarse de boletos que tendrían que estar a disposición de los aficionados; segundo, revenderlos para efectuar un negocio no menor a los 4 millones de dólares.

 

Ciertamente, no es la primera vez. Por una situación parecida cayó Jack Warner de la FIFA (utilizaba a su hijo como puente para revender tickets), aunque su desplome se consumó hasta que su relación con el entorno de Joseph Blatter se fracturó; es decir, se podía hacer como que no se veía, siempre y cuando se cuadrara al patrón.

 

Hickey tendrá que probar su inocencia. Más importante, el COI tendrá que demostrar su genuina voluntad de cambio. Estos Juegos nos han mostrado en repetidas y muy emotivas ocasiones, lo maravillosos que pueden ser. Resulta imperativo que quienes los gestionan, estén a su altura y no se queden en el barato oportunismo de revender, abusando tanto de su autoridad como del bolsillo de los aficionados.

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