La primera medalla ex yugoslava de Río 2016 ha sido para el país de más reciente afiliación al COI, el más pobre y, por mucho, el más pequeño. Kosovo ha necesitado dos días de actividades para poder escuchar su himno y ver elevarse su bandera a lo más alto del podio.

 

Majlinda Kalmendi, algo más que un ícono en su tierra, ha conseguido la victoria en judo. Aquella atleta que debió acudir a Londres 2012 bajo representación albana –el COI no le permitió hacerlo con bandera neutral– y que desde entonces se convirtiera en una especie de portavoz de su pueblo –“No entiendo por qué la política tiene que inmiscuirse en todo. Sólo soy una atleta y merezco competir como parte de Kósovo en los Olímpicos”, clamaba.

 

Kalmendi no mentía: había demasiados intereses entremezclados en la eventual aceptación de Kósovo como miembro. La primera traba estaba en plenas Naciones Unidas, donde Rusia y China apoyaban a Serbia, frenando la voluntad independentista kosovar. Ella, paladín de su pueblo desde el dojo, endurecía su discurso: “Kosovo es demasiado pequeño y no tiene poder político, por eso carece de fuerza para ejercer influencia en algunas cosas”. Al tiempo, en su espalda, en vez de leerse las siglas de su país, brotaban tres extrañas letras: IJF, por Federación Internacional de Judo; es decir, una especie de apátrida a la hora de competir.

 

Conscientes de su potencial, varios países la invitaron a naturalizarse; incluso algunos del Golfo Pérsico le ofrecían una buena cantidad de dinero. Kalmendi dijo que no: que su camino era con Kósovo y esperaría hasta poder hacerlo.

 

Detrás de ella estaba como entrenador un judoka con su particular historia inconclusa, pese a haber obtenido seis campeonatos nacionales en la entonces Yugoslavia; Driton Kuka iba camino a participar en Barcelona 1992, cuando el país balcánico comenzó a partirse en pedazos; entonces colgó el judogi (como se conoce al uniforme para esta disciplina) y se integró al Ejército de Liberación Kosovar. Ocho años después se encontraría con una niña nacida precisamente cuando comenzaron las guerras balcánicas, a mediados de 1991. Decidió poner sus ahorros para capacitarla; pagó sus viajes, sus entrenamientos, su desarrollo, incluso su alimentación. La nueva batalla independentista de Kuka cambiaba las armas por los waza-ari (media espalda rival al piso) y los ippon (toda la espalda). Su nueva heroína sería esa muchacha que pronto se convirtió en la persona más admirada de la pequeña nación a la que tanto trabajo costaba el alumbramiento. Desde Pec, localidad especialmente golpeada por bombardeos y destrucción sistemática, el binomio Kuka-Kalmendi hacía patria con deporte.

 

El destino quiso que uno de los primeros eventos tras el reconocimiento de Kósovo por el COI, fuera precisamente en Rusia, justo el país que más se opuso a esa independencia en apoyo a su aliado Serbia y a los ideales paneslavos. En la grada estaba el judoka más poderoso del mundo, Vladimir Putin, ante quien Kalmendi consiguió coronarse. Sin embargo, el himno de Kósovo no sonó y su bandera no se elevó: no en Rusia.

 

Kamendi explicó al periodista inglés James Montague que no volvería a pasar por esa humillación, que ella pelea por Kosovo y por nadie más; que no portaría más esa enigmática IJF.

 

En Río 2016, 40 horas después del primer desfile olímpico de su país, en el que ella portó la bandera, su meta se cumplió: el himno de Kósovo sonó al fin, antes que el de cualquier otro país de los que conformaron ese país de países llamado Yugoslavia.

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