Ya nada volverá a ser igual en Turquía ni en muchos países que forman parte de la geoestrategia mundial.

 

El presidente Erdogan se ha hecho mucho más fuerte a raíz de la caída de los insurrectos tras el fallido golpe de Estado. Pero su actuación ha dejado preocupado tanto a Estados Unidos como a la Unión Europea. Por eso decía el presidente Obama recientemente que seguirá muy de cerca lo que haga Turquía.

 

Porque éste no es un país al uso. Su posición geoestratégica le confiere como uno de los países más importantes del planeta. La división de Europa y Asia por el mar Bósforo le otorga el prurito de convertirse en una zona vital. Por eso, entre otros motivos, no tiene prisa en pertenecer a la Unión Europea. Pero sí quiere seguir en la Alianza Atlántica.

 

Como miembro de pleno derecho de la OTAN, cualquiera de los países aliados puede ir en su ayuda. Las bases turcas como Incirlik son muy importantes para golpear al Estado Islámico. Por todos esos motivos a Estados Unidos y a Europa no les conviene mantener una mala relación con Turquía, aun cuando el propio Erdogan haya conseguido más poder.

 

Y su poder lo evidencia con los 10 mil detenidos, los 60 mil desempleados y los más de tres mil organismos públicos y privados que ha cerrado, incluyendo 130 medios de comunicación tras el fallido golpe de Estado. Y todo esto lo ha hecho aduciendo que estaban en manos de insurrectos y de gente cercana al clérigo Fethullah Gülen, supuesto creador del fallido golpe de Estado.

 

A todo esto, cuando Rusia vio este nuevo rompecabezas, Putin tomó el teléfono y le dijo a Erdogan que le tenía para lo que quisiese. No deja de ser una paradoja, sobre todo porque las relaciones entre ambos países han sido históricamente negativas. Los libros de historia revelan muy bien cómo el Imperio Otomano sufrió una muerte lenta y agónica debido a la expansión rusa.

 

No podemos olvidar que parte de Crimea y Armenia llegó a pertenecer al Imperio Bizantino. Aquellos reductos del islam pasaron a una cristiandad que ya viene de Bizancio; esa cristiandad ortodoxa que terminó por fagocitar aquel fastuoso Imperio Bizantino.

 

Pero la historia es eso, historia, y a Rusia y a Turquía les interesaba mucho más una relación de hermandad para hacerse fuertes ante el bloque prooccidental de la Unión Europea y Estados Unidos. Y todo ello, a pesar de que la Rusia de Putin defiende y apoya al chiismo iraní y al del Presidente sirio, Bashar Al-Assad, y Turquía, al sunismo del DAESH. Pero por encima de los intereses están los macrointereses.

 

El golpe fallido de Turquía ha sido más importante de lo que imaginamos. No hay un cambio en el orden mundial, pero sí un reacomodo global.