Cristiano Ronaldo festejando a Jennifer Lopez por su cumpleaños y simulando una pelea con el campeón de la UFC Connor McGregor. Neymar de vacaciones con el cantante Justin Bieber, el actor Jamie Foxx y el piloto Lewis Hamilton. Inclusive, Usain Bolt presumiendo la belleza del uniforme del Guadalajara por coincidir en la marca que los patrocina.

 

De tan consolidada esta simbiosis parece vieja, aunque no lo es: por muchísimo tiempo la aristocracia de Hollywood y de los demás deportes no convivía más que excepcionalmente con el futbol.

 

El verdadero punto de inflexión no fue Pelé en su paso por la Liga estadunidense, aunque sí David Beckham en el Galaxy de Los Ángeles e incluso antes de sumarse a este club. Ya en su despedida del Real Madrid apareció Tom Cruise, y poco a poco irían sumándose más personajes de la pantalla grande a su glamurosa rutina. Por entonces emergían los estadios norteamericanos como punto primordial para efectuar partidos de pretemporada y luchar por una pizca de ese mercado.

 

Es producto obvio de la globalización; es producto también de que hoy las máximas figuras del balón superen en resonancia internacional a las más consolidadas personalidades de la canción o la actuación; es producto, a su vez, de esa frenética vida de los cracks en redes, convirtiendo sus días en reality show tanto como lo hacen las celebridades –pensemos en las Kardashian–, cuyo principal talento, valga la simplicidad, es ser famosos.

 

Es producto, por encima de todo, de que esa última resistencia en contra del futbol y la cultura estadunidense fue vencida. Y Beckham, haya celebrado pocos o muchos goles con el Galaxy, contribuyó como nadie para vencerla.

 

Ya en el Mundial pasado nos sorprendimos con el impacto que esto tenía sobre la sociedad de Estados Unidos. Kobe Bryant, LeBron James, Michael Phelps, Justin Timberlake, Barack Obama, Drew Breess, Conan O’Brien, Ryan Seacrest, Jimmy Fallon, Pitbull, todos se ocuparon de hacer público que se apasionaban con la Copa del Mundo. Símbolos como Leonardo DiCaprio iban de estadio en estadio al tiempo que Rihanna intercambiaba mensajes con futbolistas como Karim Benzema.

 

Para poner en contexto lo que eso representa: apenas 20 años antes hubo un Mundial en pleno Estados Unidos, en cuya inauguración los locales estuvieron más pendientes de ver en el televisor a una patrulla perseguir por horas al coche de OJ Simpson y a cuya premiación no acudió el presidente Bill Clinton.

 

Todos quieren hoy un pedazo del futbol y los futbolistas se dejan querer. La aldea global está a sus pies como nunca lo estuvo ante los de sus predecesores (y hablamos de que Pelé paró una guerra en África y convivió con Muhammad Ali).

 

Quien quiera resonancia para algo, quien quiera certeza de que tocará todo rincón del planeta sabe bien la respuesta: un astro del balón llega a donde nadie más, ni con el glamour de Hollywood ni con decenas de millones de seguidores en redes llegará.

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