Prohibición que hace perfecto sentido, si lo que se pretende es una plena concentración previa a los partidos. Básicamente, que si los jugadores del Mánchester United van a pasarse la temporada cazando Pokemones, José Mourinho les pide que se abstengan de hacerlo dos días antes de los juegos.

 

Curioso, en todo caso, viniendo del director técnico que con más ahínco ha buscado Pokemones incluso desde antes de que emergiera el juego que ha relanzado exponencialmente la acción de Nintendo. Con su delirio de persecución, con su paranoia, con su capacidad para crearse enemigos, con su obsesión en convertir la vida en una trinchera.

 

Puedo imaginar al atribulado José ante un dispositivo móvil; buscando árbitros que benefician al contrincante, federativos que le programan los juegos cuando él no quiere, reporteros que le pretenden desestabilizar, jugadores propios que no se han cuadrado a su discurso, entrenadores ajenos que no han exigido a sus rivales tanto como a él.

 

Una inmensa bola de nieve que, a cada metro descendido, crece y crece hasta arrollar con todo. Por eso sus convulsas salidas del Madrid en 2013 y del Chelsea a mitad de la campaña pasada. Por eso se desaconseja que dirija al mismo club por más de dos años. Por eso el desgaste tan evidente en cada una de sus relaciones. Por eso, quizá, ha encontrado en ese juego toda una metáfora de su carrera: buscar y cazar, buscar y cazar, buscar y cazar, como en el Pokémon Go, que será símbolo medular de este 2016 y de la juventud en nuestra generación.

 

Si en el camino hacia otro Pokémon hay un precipicio, cierto peligro, alguna víctima colateral, lo mismo da: centrar los ojos en la paranoia propia y convencerse de que sí, de que existe una confabulación del destino en su contra, de que la realidad virtual trasciende a la realidad misma.

 

Todo lo anterior no le quita su brillantez como director técnico ni sus innegables logros. No se lo quita, pero a menudo ha sido un factor que obstruye su genial conducción de un equipo. El primer Mourinho, en Oporto y al presentarse en Chelsea, ya era respondón, desafiante, soberbio, guerrero, aunque no al extremo que llegaría tiempo después, enemistándose con buena parte de todo un entorno futbolístico. Es el mal de la caricatura: cuando un personaje deja de actuar como desea y comienza a hacerlo como se espera que lo haga, terminando preso por la propia imagen posicionada.

 

Si un partido iba a servir en esta aburrida pretemporada para buscar Pokemones, era el derbi de Mánchester a disputarse en China, ese reencuentro de Mourinho con Pep Guardiola nada menos que en otro clásico. El clima no lo permitió, posponiendo el morbo del duelo de entrenadores más mediático y polarizante de épocas contemporáneas.

 

Los jugadores del United habrán remediado el ocio buscando Pokemones. Su entrenador, exento todavía de exigencia, ya los buscará en cuanto arranque el torneo y haya que buscar motivos de discordia. Sin duda, los encontrará; con Mou eso está inclusive más garantizado que los títulos.

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