Los semblantes de Mariano Rajoy y de Pedro Sánchez, líder del Partido Socialista Obrero Español, principal partido de la oposición, eran radiantes. Parecían novios. Un apretón de manos que no se acababa nunca, unas sonrisas en las que se les veía toda la dentadura y unas miradas de confidentes. Nada que ver con el encuentro anterior, en el que el presidente Mariano Rajoy le negó el saludo a Pedro Sánchez por haberle calificado, el socialista al Presidente, como indecente.

 

Pero este amor es tan falso como su apretón de manos. Mariano Rajoy busca a la desesperada apoyos de todas las fuerzas políticas para que voten a favor de su investidura como Presidente del Gobierno. Pero para eso necesita que 176 diputados voten a favor de Mariano Rajoy y él sólo cuenta, hasta el momento, con 138 escaños, 137 de su partido, el Partido Popular y uno de Coalición Canaria.

 

Por eso esta semana ha sido crucial. Se reunió con Pablo Iglesias, el partido de extrema izquierda Podemos. Pablo le negó tres veces como Judas. Le dijo por activa y por pasiva, más claro, más alto, que votaría en contra de que Mariano Rajoy fuera Presidente del Gobierno.

 

Mucho más moderado estuvo Albert Rivera, del partido de centro derecha Ciudadanos. Su líder le dijo a Rajoy que se abstendrá. Es una buena noticia, porque, si no consigue mayoría absoluta, con esos 176 diputados, Mariano Rajoy podía ser investido en una segunda votación con mayoría relativa. Esto quiere decir que puede ser Presidente obteniendo más diputados que voten a favor que en contra.

 

Pero la fiesta se la amargó quien precisamente le había hecho ojitos e iban de manita sudada. Pedro Sánchez le dijo que votará en contra.

 

A partir de ahí caben dos posibilidades: que mantenga su palabra y vote en contra –con lo que Rajoy no sería Presidente– o que Pedro Sánchez cambie de opinión y se abstenga. Entonces el líder del Partido Popular tendría más opciones de conseguir ser primer ministro.

 

La situación se complica. En la medida que haya flexibilidad, Mariano Rajoy podría repetir como Presidente del Gobierno. Eso sí, sería un Ejecutivo tan inestable que no aguantaría los cuatro años de legislatura. Y esto sencillamente porque tendría a tres cuartas partes del Parlamento en su contra. No le dejarían gobernar. No le aprobarían ni leyes ni reformas.

 

Si las posiciones siguen inamovibles, nos veríamos abocados al principio de unas terceras elecciones. El espectáculo que daría España en el exterior sería lamentable. Sería la imagen de un país poco serio.

 

El primer problema doméstico sería que no se aprobarían los presupuestos del próximo año y seguiríamos en la interminable crisis de la que no terminamos de salir.

 

Y todo ello por la mediocridad de unos líderes políticos que pululan por una nación demasiado grande para ellos. Precisamente por su grandeza, España y los españoles no se merecen esta clase política.