¿Cómo hacer abdicar a un rey, cómo retirarlo, cómo derrotarlo?, se pregunta Marin Cilic.

 

Escribo esto cuando Roger Federer se acaba de levantar de tres puntos para rompimiento en el tercer set, habiendo perdido los dos primeros; lo que para todos es asumir un digno final y agitar la bandera blanca de la capitulación, para el de Basilea representa mera motivación; donde el común ve imposibles, él cree.

 

Lo escribo a sabiendas de que el trayecto hacia la remontada este miércoles es aún maratónico, consciente de que los obuses que envía el croata a cada saque tienen a Roger moribundo, asumiendo que un partido largo, imprescindible ya para que Federer salga avante, va en contra de las posibilidades de un tenista próximo a cumplir 35 años.

 

Lo escribo, sin embargo, convencido de que es factible la proeza: de que no hay edad, de que no hay límites, de que no hay desventaja suficiente para sacar de competencia al mejor raquetista que haya existido desde que el tenis es tenis, desde que la tierra es tierra, desde que el pasto de Wimbledon es templo y la pelota amarilla su incienso.

 

Retomo el texto en la muerte súbita del cuarto set. Lo retomo perplejo ante lo que veo, casi con remordimiento por despegar del televisor los ojos. ¿Será? Con el mayor de los soberanos de la raqueta, se conjuga en presente: es. La muerte súbita ha sido de alarido, Federer se ha sublevado ante los puntos para partido de Cilic, ha igualado el marcador, nos vamos al quinto set. Sí, otra epopeya de quien tendría que llevar cinco buenos años comentando desde un palco, dando clínicas, llevando a sus gemelos al kínder porque en algo hay que ocuparse, entrenando a un joven valor, gozando de sus bien ganados millones en su retiro ante un impasible lago suizo, con actitud de “yo fui e hice” y no de “continúo siendo y haciendo”.

 

Todos los caminos valen para la épica, pero incluso en tan agónico instante Roger se aferra a la lírica. En su específica forma de onomatopeya, cada contestación, cada efecto, cada subida a la red, va cargada de sonetos. Su cadencia, su ballet con raqueta, su plasticidad, lejos de afectarse por el esfuerzo y el desgaste, tornan más impecables.

 

Desatado el quinto set, nos dará vergüenza haber dudado. Existe un mínimo puñado de mortales a los que no se tendría que poner en tela de juicio, para los que no aplican las normas comunes, a los que incluso contra el paredón tendremos que conceder una vida más. Federer pertenece a ellos.

 

¿Cómo hacer abdicar a un rey?, vuelve a preguntarse el atónito Cilic, escarbando en su memoria para recordar (y dimensionar) cómo lo consiguió en semifinales del US Open 2014. ¿Cómo? No regalando nada y, sabe Cilic desde aquel triple punto para rompimiento del tercer set, dio oxígeno a quien convierte un respiro en eterna vida.

 

Federer a semifinales. El rey lo ha vuelto a conseguir. Sereno y pausado, como suele ser en palabra y semblante, asegura que ha tenido algo de suerte.

 

Sus eventuales rivales ahora asumen como propia esa pregunta de Cilic: ¿Cómo hacer abdicar al rey, en ese, su trono al suroeste de Londres?

 

Visto lo de estos cuartos de final, vista la magnitud y belleza de esta voltereta, conjugando el más poderoso conjuro con el mejor de los desempeños. Y asumiendo que inclusive eso podría no bastar; no, ante Su Majestad.

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