Como si no hubiese bastado el despliegue de solidaridad de los islandeses o, si prefieren remitirse a causas más ortodoxas, el compacto bloque de alemanes y franceses, incluso de galeses y portugueses, nos aferramos a convertir el partido semifinal de este miércoles en una disputa entre los dos ases madridistas: Cristiano Ronaldo vs Gareth Bale, como si este torneo hubiese probado ser de solistas y no de colectivos.

 

Una relación, entre los dos futbolistas, que desde el inicio no pudo percibirse como normal: por la vanidad de Cristiano que no admite sombras; por la renuencia del Real Madrid a aclarar cuánto había pagado por Bale, aparente afán de no quitar al portugués el honor de saberse el más caro; por el evidente favoritismo del presidente merengue hacia el galés; por alguna falta de química que llegó a detectarse en la cancha.

 

El tema fue zanjado de una forma muy sensata por el propio Ronaldo unos meses atrás: “Somos compañeros, sabemos lo que queremos y jugamos. Los abracitos y besitos no sirven de nada”.

 

Como sea, existe otra realidad: que como buen británico, Bale tardó muchísimo en comunicarse en español y pocos futbolistas del plantel blanco hablaban inglés, con lo que Cristiano fue de sus primeros apoyos en Madrid. Y que juntos, amigos o enemigos, cercanos o lejanos, han ganado nada menos que dos Champions League en tres años.

 

Ahora, con su inesperado enfrentamiento en semifinales de la Eurocopa, se reviven todos los clamores de rivalidad. ¿Por qué? Porque detrás de los grandes personajes del deporte, nos resistimos a dejar de ver todo bajo el prisma de la envidia, de la codicia, de la egolatría.

 

Individuos de perfiles muy diferentes, incluso de condiciones futbolísticas distintas, comparten poco, empezando por el podio de los más costosos. Cristiano llegó a Madrid como mejor jugador del planeta (había sido Balón de Oro con el United) y Bale lo hizo como promesa que lucía sobrepagada.

 

El primero ha ido a menos y en ese proceso darwinista modificó su juego hacia el remate, mientras que el segundo ha crecido mucho, lo que en ciertos momentos también le ha llevado (o al cuerpo técnico del Madrid) a demandar otra posición, encimándose con Cristiano.

 

Si las diferencias son numerosas en su club, qué decir a nivel selección: ninguna se ha coronado en un torneo grande, pero para Gales representa algo más que un sueño disputar esta ronda tras más de medio siglo de ausencia de Mundiales y Eurocopas.

 

Portugal está en semifinales sin haber quitado en tres semanas el freno de mano (de inicio pensé que no lo quita porque no quiere, aunque me he convencido de que no lo quita porque, más bien, no puede). Gales, mucho más suelto, ha sido una gratísima revelación, con cuatro sólidos triunfos y una derrota que no mereció (ante Inglaterra).

 

Lo único lamentable es que, pase lo que pase en Lyon este miércoles, se simplificará destacando quién de los dos se impuso en el duelo. Ojalá eso sea porque el crack en cuestión haya sido decisivo y no por servir al mero tópico de su celosa comunión.

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