Ni el futbol es la prioridad ni puede serlo.

 

Sí, tiene capacidad para inspirar a una sociedad, para unir a un pueblo, para alejar a la juventud de determinados males o vicios, pero de ninguna forma puede absorber fondos públicos. O no, al menos, tratándose de clubes que facturan tantos millones de dólares, equipos que si se han metido en problemas económicos, ha sido por malas administraciones, por gastar más de lo que tienen o por mera codicia.

 

La Unión Europea detectó que varias instituciones del futbol español recibieron ayudas millonarias con fondos provenientes de la recaudación fiscal. Por ejemplo: el Real Madrid, que no compra a un futbolista por menos de 30 millones de euros, se benefició con algo más de 18 millones.

 

Aquí el asunto es muy simple y no guarda relación con los colores que apoyemos o con cuánto nos guste este deporte: resulta absurdo pensar que los contribuyentes terminen por amortizar el sueldo de una estrella del balón, es decir, que la gente más sufrida y que con mayores trabajos llega al cierre de quincena vea destinada parte de sus impuestos a apoyar a una entidad deportiva o a comprar a un goleador.

 

Claro, muchos de los impuestos incluso caen en peores ramos o coladeras, aunque eso no cambia el tema: Real Madrid, Barcelona, Valencia no pueden ser beneficiarios del gobierno a cualquiera de sus niveles.

 

 

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Hubo una época en que lo común en España era que los equipos contaran con fondos públicos, con subvenciones. Luego se empezó a disimular con publicidad de localidades turísticas localizadas en la entidad o con derechos de transmisión inflados para la televisora de la Comunidad Autonómica.

 

Como estableció la Unión Europea al cerrar esta investigación (en la que, por cierto, el PSV Eindhoven holandés salió absuelto), no es decisión del ente continental decidir en qué se gasta, pero sí garantizar una justa competencia. Y la competencia se desvirtúa si unos tienen apoyo proveniente del gobierno y otros no.

 

En cuanto trascendió este caso, vino a mi mente una frase dicha por el ex presidente del Bayern Múnich, Uli Hoeness: “Para mí es el colmo, impensable. Pagamos cientos de millones de euros para que salgan de la mierda (refiriéndose a España) y luego los clubes no pagan sus deudas. Esto no puede ser así”. Al margen de que el directivo terminó en la cárcel precisamente por defraudación fiscal (vaya paradoja), tenía un punto: que si un país emprende genuinas medidas de austeridad y recorta sus gastos, antes que limitar el presupuesto de educación o pedir auxilio al exterior, necesita interrumpir ese tipo de conductas.

 

Imprescindible distinguir: no me refiero a los montos destinados a desarrollar cultura deportiva, a generar una población sana de la mano del deporte, a programas de salud pública que incluyan su indispensable énfasis atlético. Me refiero a apoyar a clubes que pueden darse el lujo de comprar jugadores por varios millones de dólares y que ingresan cifras irreales por distintos rubros.

 

Cada país tiene sus prioridades, pero no conozco ninguno cuya primera necesidad de inversión sea contratar al mejor jugador y pagarle más que en las demás Ligas.

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