Algún experto en egolatría debe ejercer como publirrelacionista de Zlatan Ibrahimovic. Asesor que, de existir, tiene por misión aconsejar al gigante sueco en el arte de la autoadoración, la soberbia, el narcisismo.

 

Con tan buena fortuna que, a diferencia de con el común de los mortales, ser ególatra es aplaudido y festejado a Ibra como a nadie. Incluso, a más exagere esa actitud, más consolida su personaje, su marca, su aceptación.

 

Por supuesto que eso le granjea no pocas antipatías, lo cual, a su vez, ayuda a fortalecer el concepto: desafiar es lo mínimo esperable en el futbolista contemporáneo con más interesante colección de frases.

 

Por ejemplo, al ser preguntado por lo que había regalado a su esposa de cumpleaños, respondió que nada, que ella ya tiene a Zlatan. Otra perla, clamar cuando Suecia fue eliminada del Mundial 2014 que ya no tenía sentido ver ese torneo. Alguna más, vociferar que “no puedo evitar reírme de lo perfecto que soy”. O ésta, cuando aseguró ante una cámara y después de un arbitraje perjudicial, que “este país de mierda no merece al PSG”. Bajo ese contexto, a nadie sorprendió que condicionara su permanencia en el París Saint Germain a que pusieran su estatua en la Torre Eiffel.

 

Este jueves se adelantó nada menos que al aparato mediático del equipo más poderoso del mundo, como acaso es el Manchester United. Al común de los futbolistas los presenta su nuevo club; Zlatan, y sólo él, se ocupa de presentar al club para el que jugará. No conforme con eso, su comunicado abrió con “es momento de dejar que el mundo sepa”, dando por sentado el interés universal por su destino –ya antes había convocado a la prensa internacional para el aparente anuncio de su nuevo equipo, pero utilizó la expectativa despertada para publicitar su línea de ropa.

 

Pese a que los anteriores renglones pueden reflejar cierta aversión personal a Ibra, debo admitir que no, que todo lo contrario: que me parece más bien entrañable e indispensable para dar sentido a esta industria. Su capacidad para jugar a darse tamaña importancia remite a la de una leyenda recientemente fallecida: Muhammad Alí. A su manera, Zlatan grita que es el mejor, que es el más guapo, que es el rey.

 

Próximo a los 35 años ha cerrado una de las mejores temporadas de su dilatada carrera; con la inalcanzable marca de haber ganado 13 de las últimas 14 ligas que ha disputado con seis equipos distintos; con liderazgo y talento tan garantizados como su inflamada vanidad.

 

Por si eso no bastara, añadirá dinamita al derbi de Mánchester más tenso de la historia. Tras hacer arder su rivalidad en España, ahí se reencontrará Pep Guardiola con José Mourinho, y lo único que podía incrementar explosividad al duelo era Zlatan: ese que ha vivido criticando a Pep bajo argumento de que teme a Mou.

 

Mánchester es el nuevo epicentro de la dramaturgia deportiva. Cada quien elegirá su héroe y su villano, su protagonista y su antagonista. Lo único seguro es que en esa ciudad inglesa y en toda la Liga Premier, nadie se aburrirá. Basta con Ibra para ello.

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