Así, como pateando un bote llegamos ya al final de la primera mitad del año y lo hacemos con la incertidumbre de tener una economía con lento crecimiento, un dólar caro, un petróleo barato y, a partir de hoy seguramente, un mayor costo del dinero.

 

La economía mexicana ha cambiado mucho y quizá no lo hemos notado por la permanente turbulencia financiera, pero este país migró hacia un crecimiento sostenido por el mercado interno y no por las exportaciones. Y también tenemos una inflación que no sólo es baja, sino también resistente a los embates cambiarios.

 

A pesar de este cambio virtuoso, hay amenazas que no se pueden ignorar por la amenaza que representan para toda la economía en su conjunto.

 

En el tablero de los focos rojos, uno muy intenso es el del tipo de cambio. Se acumulan razones que le impiden regresar a niveles que sean más tolerables.

 

Han salido más de 11 mil millones de dólares de capitales extranjeros del mercado de deuda del gobierno federal, hay desbalances crecientes como el déficit comercial y las entradas de divisas están limitadas por los precios del petróleo, la caída de la plataforma exportadora de crudo y la baja en la actividad industrial.

 

El peso tan golpeado es una amenaza real para la inflación con todo y los niveles de resistencia, casi mágicos, que ha tenido la inflación general.

 

Si se pone un piso a las posibilidades revaluatorias de la moneda, entonces la formación de precios subirá hasta ese nivel para adaptarse.

 

Es entonces por el peso, por su salud, por la golpiza que se ha llevado en más de año y medio que necesita el apoyo inmediato de la política monetaria.

 

Siempre sería mejor respaldar la moneda con una inmejorable salud fiscal, con equilibrio en las cuentas públicas, una deuda baja como solía ser y una expectativa de crecimiento dinámico. Pero no existe nada de eso; entonces hay que recargarse en el costo del dinero.

 

Hoy tienen que subir las tasas de interés por parte del Banco de México, no por el nivel de la inflación general, sino por lo golpeado que está el peso mexicano.

 

Hay que llevar la cotización a niveles más bajos que no provoquen heridas económicas permanentes y entonces sí suba la inflación general. E insisto en la inflación general porque el subíndice de precios al productor que no toma en cuenta los costos del petróleo ya está cercano a 6%. Y de ahí al resto de los precios hay un pequeño paso.

 

La defensa del peso no es como la que emprendió en su momento el gobierno de López Portillo, que en una actitud canina de protección de una paridad fija lo único que logró fue traspasar, en automático, la crisis cambiaria al resto de la economía.

 

El dinero más caro afecta el desempeño económico, pero la inflación más alta trastoca cuestiones más importantes como el poder de compra, sobre todo de las personas más pobres.