Una imagen que pronto ascendería a la iconografía nacional y ahí por largo tiempo se quedaría: Arjen Robben desplomándose en el área chica mexicana, Rafael Márquez alzando las manos, Miguel Layún buscando al árbitro en ruego de absolución y un estadio, el Castelao de Fortaleza, en vilo.

 

Dos años desde que la mexicanidad incorporó a sus laberintos de soledades, tragicomedias y niños héroes envueltos en banderas, el #NoEraPenal, de tan célebre ya trillado.

 

Ese día muchos entendieron dos términos indispensables para aproximarse a la realidad actual: los memes y lo viral. Ya Robben se tiraba en una piscina olímpica, fusilado en una guerra a blanco y negro, incrustado en pinturas de campañas bélicas ancestrales, como bailarina con tutú, cayendo del paracaídas, bailando el no menos viral Gangham Style, en la acapulqueña Quebrada, volando en una lucha libre y hasta abrazado de Di Caprio en el Titanic.

 

Más allá del ingenio mexicano en su máxima dimensión, por enésima vez constatamos en Fortaleza el primero de los males de nuestro futbol: no saber ganar. Si el árbitro erró o el jugador lo engañó, es tema distinto; la realidad es que nuestra selección no podía perder el control de ese partido, como en muchas otras ocasiones se ha desvanecido en el momento que divide a los que ganan de los que no.

 

Dos años y lo que ha acontecido desde entonces con el Tri. El abrupto final de Miguel Herrera precipitado por cuestiones extracancha, aunque antecedido también por muy malos momentos sobre el césped (contra Panamá, cuando el #NoEraPenal se revirtió). El interinato de Ricardo Ferretti que, como sea, cumplió con su meta. La llegada de Juan Carlos Osorio que, tras una racha de muy buenos resultados, se colapsó con la peor derrota en la historia de nuestro futbol.

 

Pase lo que pase de aquí a Rusia 2018, este ciclo ya no habrá sido impecable: de nuevo cambios en el timón, de nuevo rupturas con opinión pública y afición, de nuevo derrotas en instantes cumbre. Por supuesto, prefiero un buen cierre en Rusia que un gran cuatrienio mal culminado, pero las sensaciones hoy, a dos años del #NoEraPenal, distan demasiado del optimismo.

 

La generación de talentos para un genuino relevo generacional, es insuficiente y continuamos con veteranos loables en su longevidad, aunque cuya permanencia habla de que no hay quien los sustituya. Muchos de nuestros principales valores padecen para perpetuar su brillo e incluso para destacar regularmente en Europa. La continuidad no existe y nadie descarta que otra modificación emerja tanto en la dirección técnica como a escala federativa. Lo más grave, que tanto nos ocupamos por culpar a Robben, como si en nuestro país nunca ningún jugador se hubiese echado un clavado, como si fuéramos el reino de la impecabilidad moral, que nos olvidamos de lo esencial: ver lo que no hemos sabido hacer deportiva y culturalmente.

 

Y eso que no hemos sabido hacer, es aprender a ganar. Ni antes de Robben, ni en ese 29 de junio de 2014 marcado por la caída de Robben, ni dos años después de Robben.

 

En el futbol, como en la vida, es imprescindible evolucionar; da la impresión de que aquí, seguimos igual; ni mejor ni peor, igual.

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