Lo que empezó en la peor de las emergencias ha terminado en el peor de los fracasos. El director técnico que tomara a la selección inglesa a cinco escasas semanas del debut en la Eurocopa 2012 (supliendo al súbitamente renunciado Fabio Capello), ha dejado el cargo tras dos de los torneos que serán recordados con mayor pesar en su ya de por sí muy apesadumbrado futbol: el Mundial 2014, donde los ingleses terminaron en último sitio de su grupo, y la Eurocopa 2016, de la que se han ido eliminados por la humilde Islandia.

 

La frase con la que abrió su comparecencia ante los medios este martes, bien puede resumir los resultados de Roy Hogdson: “De verdad no sé qué estoy haciendo aquí”. Así se ha ido un seleccionador que antes de esos dos certámenes aseverara que Inglaterra tenía nivel para erigirse campeón; así, también, ha vuelto una exclamación que ya dura demasiado, “Can we have our balls back, please?”, título de un buen libro que explora el desastre inglés en los deportes ahí inventados.

 

Al fin un británico ha vuelto a ganar Wimbledon tras 77 años, pero es escocés: Andy Murray. Algo parecido con el golf, donde Rory McIlroy parecía devolver brillo al Reino Unido, sólo que en su caso es norirlandés y había decidido representar a la República de Irlanda en los Olímpicos (por cierto, participación ya cancelada). En cuanto al rugby, Inglaterra es la menos laureada de las cuatro naciones que dan genuina prioridad a esta disciplina (apenas un título mundial) y si pensamos en el cricket jamás se ha coronado.

 

En tal contexto se incrusta el futbol, en el que su única corona relevante llegó en el Mundial de 1966, jugado en su casa y definido con el más polémico arbitraje.

 

Desde entonces, los ingleses que solían creerse demasiado buenos como para ir a jugar contra advenedizos no británicos, se han ido resignando a su mediocridad.

 

Un plantel a menudo sobrevalorado, sobrepagado en su liga de futbol y que no logra competir, sea contra sus pares de todo el planeta en los Mundiales, sea contra los del continente en Eurocopas. El éxito de la diminuta Gales en esta Euro, hace supurar más la llaga: todos parecen poder, menos el equipo más generoso en sueldo con su seleccionador, el que dispone de mayor presupuesto para organización y planeación, el que cuenta con las mejores instalaciones, el que representa a la liga más acaudalada y mediática del orbe (la cual, vale la pena enfatizar, alinea onces en especial poco ingleses).

 

Una y otra vez se escuchará desde el norte del Canal de la Mancha: “¡¿Nos pueden devolver nuestros balones, por favor?!”. En tanto, una y otra vez se oirá un murmullo de negación desde cada uno de esos mares que sirvieran para repartir reglas deportivas y pelotas por doquier.

 

Los balones no regresan: los balones quedan como indispensable legado de la civilización, para regocijo de todos menos de Inglaterra. Inclusive de Islandia, uno de los últimos reductos en caer cautivos ante el encanto de esa pelota que rueda y que, al hacerlo, se aleja irremediablemente de su cuna.

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