Caprichos del destino, sincronías de un sarcástico azar, bromas de los astros: que justo cuando la Gran Bretaña decidía por apretadísimo margen si se quedaba o marchaba de la Unión Europea, se estuviera disputando la Eurocopa más británica de la historia.

 

Para encontrar otro certamen al que hayan acudido cuatro representantes de ese sitio (tres Home Nations –Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte–, más la República de Irlanda), hace falta remontarse al Mundial de Suecia 1958.

 

Antes de eso, como ahora también, ha sido raro todo cuanto rodeó al futbol de las islas que lo inventaron en su forma moderna.

 

Singularidad, peculiaridad, excepcionalidad, palpables no sólo en sus políticas migratorias y monetarias, sino también en el deporte. Sólo a ellos se les permite tener a cuatro selecciones pertenecientes a un mismo país (o cinco si ya contamos a Gibraltar). Más raro todavía, que en el rugby compiten unidas una nación y un pedazo de otra (una selección hermana a toda la isla de Irlanda y se aventura a portar tanto la bandera Tricolor republicana como la Ulster monárquica). Incluso, que a lo largo de la historia su proceso de calificación a Mundiales y Eurocopas se haya visto tan rodeado de particularidades; por varios cuatrienios se rehusaron a la eliminatoria europea e hicieron su propio clasificatorio para decidir a quién enviaban en representación británica (el colmo fue que para Brasil 1950 tuvieron dos cupos, pero Escocia se negó a ir por haber quedado en segundo sitio y así el certamen quedó cojo de participantes).

 

El asunto es que este sábado se enfrentan Irlanda del Norte y Gales en octavos de final: acaso las Home Nations que en mayor medida y por más tiempo se rezagaron en el concierto del balón, también con diferencia las menos pobladas (Gales apenas rebasa los tres millones de habitantes, al tiempo que Irlanda del Norte no llega a los dos).

 

En el caso de los que tienen su capital en Belfast, vale la pena enfatizar que muy difícilmente habrían calificado de no ser por el aumento de aforo de la Eurocopa de 16 a 24 equipos. Con los de Cardiff, imprescindible reiterar que, a este nivel, como fuera se hubiesen metido al torneo. Una Gales que fue de lo mejor de la fase de grupos y ahora vislumbra todo un camino para hacer historia en Francia. Una Gales, sobre todo, que parece entender mejor que sus vecinos el evidente atraso futbolístico de la región (el arcaico Kick and Run) y la necesaria apuesta por hacer las cosas de un modo diferente, con un juego más dinámico y moldes menos rígidos.

 

A dos días del referéndum y de los clamores de Brexit, dos Home Nations se enfrentan en canchas europeas. Me encantaría ver a Gales en cuartos de final: con Bale, con Ramsey, con Allen, con King. Con el recuerdo de los que nos perdimos en grandes eventos como Ryan Giggs y Mark Hughes (ambos habiendo podido jugar para Inglaterra). Con un homenaje en memoria de su ex seleccionador, Gary Speed, de suicidio incomprensible unos años atrás.

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