Conclusión inevitable: que Conmebol está muy por encima de Concacaf, que Sudamérica sigue siendo demasiado superior al resto del continente.

 

Ante la evidencia, rendirnos: que de seis selecciones norte, centroamericanas o del Caribe que participaron en el torneo, sólo México y Estados Unidos avanzaron a cuartos de final; y, más grave, que éstas dos se fueron del evento goleadas (claro que la derrota Tricolor es más supurante por tres razones: primero, siete goles nunca serán igual que cuatro; segundo, que Argentina impone otra dimensión de respeto por mucho que Chile sea el vigente campeón; tercero, al menos nuestro vecino sí accedió a semifinales).

 

México llegó a la Copa América Centenario convencido de que pertenecía al top 4 del continente, que vivía detrás de los dos gigantes del hemisferio, que su proyecto daba para soñar. Por ello el mínimo aceptable era la ronda semifinal y todo lo que fuera caer antes supondría una honda desilusión. Del certamen, ya se sabe, el Tri se ha ido de la peor de las formas y en la peor de las rondas (cuartos de Copa América equivale a algo muchísimo peor que esos habituales octavos de final en Mundial que ya a nadie sacian).

 

Más que eso, la selección mexicana cayó fulminada por su descubrimiento: que el camino que lucía sensatamente prometedor, probó tan pronto ser fallido, desastroso, un fiasco total. ¿Exagero? No, a la vista del desenlace del sábado y de la noche futbolera más triste de la historia tricolor.

 

A su vez, Estados Unidos entró a la Copa América con su seleccionador, Jürgen Klinsmann, ampliamente discutido, criticismo que elevó una vez que en el debut Colombia no le dejó tocar la pelota. No obstante, tres partidos aceptables devolvieron cierto crédito al alemán, hasta que la Albiceleste le echó con cuatro goles. La prensa estadounidense, a cada año más pendiente de su soccer, no ha dudado en señalar con un dedo punzocortante hacia Klinsmann: su promesa de competir con los más poderosos no luce cercana.

 

Tanto con Jürgen como con Juan Carlos Osorio, hay una realidad ineludible: que no tienen demasiada más tela de dónde cortar. ¿Cuánto ha cambiado el plantel tricolor de Chepo de la Torre a la fecha, con gestiones intermedias de Vucetich, Herrera y Ferretti? No tanto: es lo que hay, es de lo que se dispone, es lo que genera un futbol que, no espantado con tamaña aridez, incrementa los extranjeros en su liga. Del representativo estadounidense puede hacerse parecido balance: no posee mucho más qué convocar.

 

Las dos selecciones calificarán a Rusia 2018 en piloto automático, porque la zona se encuentra en un paupérrimo momento. Lo idóneo sería tomar cierta lección de esta Copa América Centenario, ejecutar genuinos exámenes de conciencia, entregarse a la autocrítica y cambiar.

 

Pero lo cómodo para ambos es ir a golear a equipos caribeños y centroamericanos, calificar al Mundial y autopersuadirse de que están de maravilla.

 

Claro, eso hasta que aparezcan rivales verdaderos en rondas definitivas, porque ante ellos, ya se vio, tanto Estados Unidos que apostó por defenderse, como México que pretendió jugar de igual a igual –sólo eso, mera y vana pretensión–fallaron.

 

Es, no nos engañemos, donde está hoy, en 2016, la Concacaf.

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